Una vez más Verónica Alcocer, quien por cuenta de ser esposa de Gustavo Petro es la primera dama de la nación, fue motivo de debate tras su aparición en público bailando en el carnaval de Barranquilla. De nuevo voces a favor y en contra de su actitud salieron a flote. Unos mencionando que es la primera vez que una mujer de la Casa de Nariño es auténtica y se unta de pueblo. Otros, que no tiene por qué estar la mujer presidente viajando y de fiesta a costa del erario y menos en esas formas. Cualquiera que sea la posición frente al acontecimiento, nada más machista y denigrante que esa discusión, así como la existencia de tan anacrónica figura.
La primera dama como elemento dentro del poder es la representación de estereotipos que muchas mujeres en la lucha feminista, durante años, han buscado acabar. Tener entidad por ser la esposa de, no por mérito y logro propio, es la anulación como regla. ¿Qué importa si baila o se viste de una u otra forma si no tiene identidad propia? Por lo general, las críticas o alabanzas vienen en función de nimiedades, pues la única razón por la que se pone atención a estas mujeres es por ser esposas de quienes salieron elegidos popularmente. Es extraño ver en la opinión pública un debate sobre las doctrinas políticas, económica, filosófica y sociales que predican las primeras damas. No tengo memoria de una discusión sobre la Colombia que se imaginan. Por lo general se está pendiente de qué se ponen, qué pelo tienen, qué comen y cómo se cuidan. La figura es la graduación de la mujer como adorno o trofeo.
Tal vez la razón de tan superflua discusión tiene que ver con que realmente ese rol no debería tener función en el servicio público. En democracia votamos por una mujer o un hombre que gobierne y administre la nación, no por su pareja y familia. Tristemente en Colombia no hemos tenido presidentas mujeres, pero si las hubiéramos tenido probablemente su esposo seguiría con su despacho o cátedra. Dudo mucho que un hombre renuncie a su identidad por el trabajo de su mujer. De hecho, ejemplos internacionales hay varios. El esposo de Ángela Merkel siguió siendo catedrático de una universidad, el de la chilena Michelle Bachelet mantuvo su trabajo como arquitecto y el de la primera ministra de Nueva Zelanda seguía siendo una reconocida figura de los medios de comunicación. ¿Por qué en Colombia las mujeres de quienes llegan al poder no pueden hacer lo mismo? Maravilloso sería que cada integrante de una pareja tuviera identidad y brillo propio y que su figuración no dependiera del trabajo del otro, sobre todo cuando hablamos de quienes tienen relación con el gobierno y el servicio público.
Si el progresismo realmente llegará a nuestro país empezaría por ahí. Se nos dice constantemente que la familia es el núcleo de toda sociedad, si ésta falla todo tambalea. ¿Por qué entonces no iniciamos el cambio con ella? ¿Por qué no dar ejemplo de que la familia del mandatario no tiene más privilegios que el resto y simplemente siga su vida y actividades como las tenían antes de llegar al poder? ¿Por qué no ahorrar esos pesos de jefes de prensa, asesores de imagen, fotógrafos y community managers de las primeras damas y dejamos que ellas sigan haciendo con sus vidas lo que hacían antes de que sus maridos salieran elegidos? Ese sería un verdadero cambio que empoderaría a las mujeres y mostraría que para figurar no hay que casarse con alguien determinado sino hacer una carrera propia para brillar por el esfuerzo que se hace como mujer y no como esposa.