Creo que la pandemia ha chiflado a más de uno. Conocemos todos los días nuevas historias de la forma, bastante extraña, como mucha gente está viviendo actualmente a causa de la pandemia real y quizás también de la imaginaria. Se ha desatado un nivel de paranoia como en tiempo de guerra. A unos les ha dado por creerse importantísimos y creen que los están espiando a través del celular, de las plataformas de películas, cuando en realidad es solo a través de miles de cámaras en las calles, edificios, centros comerciales, oficinas, peajes. Otros sienten una piquiña dentro el cuerpo y juran que les inyectaron un “chip” y que los satélites de la Nasa, la Brigada XIII, la FAC y los de los chinos y los rusos les siguen los pasos hasta en el baño, cosa, esta última, que esperamos sí no sea cierta. En fin, el diagnóstico no es alentador y tiene rasgos notables que hablan de paranoia, esquizofrenia, falta de confianza en sí mismo, baja autoestima y protuberantes sentimientos de grandeza.
No es un chiste. Es como si los estratos más irracionales de la mente humana hubieran encontrado una oportunidad de oro para salir a flote y hacer a un lado toda racionalidad, todo espíritu analítico. O también, como si por razones indescifrables, se quisiera expulsar de la vida humana el conocimiento acumulado por siglos de experiencia y estudio. Se trata de un extraño deseo de llenar el ambiente de una sensación de inestabilidad e incertidumbre. Es el reino de la imaginación enloquecida tratando de apoderarse del mundo y generando unos efectos realmente graves. Esta ausencia de razón pura ha llevado a la muerte a muchas personas, muertes que se podrían haber evitado, con un simple pinchazo llamado vacuna. Ha hecho que a más de uno el encierro exagerado, por decisión propia o impuesta, le haya desubicado tal cual teja y hoy en día confunda la gimnasia con la magnesia.
Un poco de razón, un tanto de fe, un acto de confianza en las capacidades de los seres humanos, una mirada atenta a las estadísticas, una escucha cuidadosa a médicos y científicos y mucho, pero mucho sentido común, serían suficientes para superar los tiempos difíciles que corren actualmente. La ausencia de estas virtudes, capacidades y acciones en los hombres y las mujeres desata un malestar generalizado. Aunque sean pocos los que reniegan de la razón, se convierten de todos modos en un riesgo, en primer lugar, para sus propias vidas, pero también, y existe todo el derecho a decirlo, para los demás. Y ya he conocido varias historias muy tristes, de muerte, porque mi mamá, mi tía, mi abuelita, mi hermano… no les dio la gana de usar su razón para afrontar bien una situación que es difícil para todos. Y en la cual todos tenemos responsabilidades sobre nosotros mismos y sobre los demás. La única locura que se admite universalmente como fuente de bien es la del amor. Las demás acaban con todo.