ALEJANDRA FIERRO VALBUENA | El Nuevo Siglo
Sábado, 9 de Junio de 2012

Luces y sombras de la modernidad

 

A propósito del X Coloquio Interno de Profesores de la Universidad Católica de Colombia, que se llevó a cabo el pasado viernes, presento algunas reflexiones en torno de la modernidad entendida como marco referencial ineludible en la comprensión del hombre de hoy y de la sociedad actual.

 

Pronunciarse sobre la modernidad supone tomar distancia respecto de ella y reconocerla como una etapa del pasado a la que debemos aproximarnos con mirada crítica y con una alta dosis de sospecha. La modernidad se define como utopía y como tal carente de realidad. Se categoriza y estudia de acuerdo con las promesas incumplidas y los proyectos fallidos que nos han legado múltiples efectos perversos que configuran (o mejor, fragmentan) el panorama del mundo contemporáneo. Al describir nuestra realidad como simulacro, hablamos del legado de la modernidad y del efecto que éste ha tenido sobre la comprensión del hombre, del mundo y de Dios y que ha dado lugar a las posturas o imposturas tardo modernas y posmodernas. La utopía desenmascarada no nos devuelve la realidad sino que se transforma en simulacro. Estamos atrapados en los esquemas modernos y las propuestas posmodernas nos lanzan con fuerza hacia sus rincones más oscuros. La alternativa será la reconstrucción del mapa moderno para que, iluminando esos rincones, podamos trazar caminos de encuentro con lo real.

 

La dificultad en esa tarea se encuentra en que la realidad nos desborda. Estamos abocados a una doble dimensión que nos constituye como humanos: por un lado evidencia de lo inmanente y, por otro, el vislumbre de lo trascendente. Por eso se hace necesario recordar que pensar la realidad es el punto de partida del quehacer filosófico. Quien le entrega la vida a este oficio se enfrenta al ansia incansable de desvelar aquello que se adivina presente pero que, por su misma constitución, se le escapa una y otra vez.

La mentalidad moderna se ha querido aferrar a la promesa de la certeza, soñada por la ciencia. Pero para ella, la certeza anhelada se ha convertido en un terreno de arenas movedizas del cual es prácticamente imposible escapar, si no es con la ayuda de un saber que permita descubrir el motivo de sus trampas. Para nuestro tiempo, que carga con la ineludible herencia de la modernidad, la filosofía se convierte en un oficio salvador.

La modernidad puede ser iluminada como un marco con vocación de trascendencia pero que requiere delimitar cuales han sido sus oclusiones y sus desatinos. Desde allí, la reconfiguración de la sociedad y del orden moral vuelve a tener vigencia dentro de los propósitos humanos. Hace falta traspasar el simulacro posmoderno para retomar el camino hacia la realidad, sobre todo desligándonos de modo radical, de las posturas que incluyen a la realidad misma dentro de los dispositivos que la modernidad construyó. El retorno a los clásicos, a su marco referencial anclado en un orden que dota de sentido el ser del hombre, sumado al aporte que ofrece la exploración de la interioridad humana propia de la modernidad, nos ofrece horizontes de sentido que permiten reemplazar el moderno paradigma de la certeza en el siempre vigente paradigma de la verdad.