Un adolescente en Palacio | El Nuevo Siglo
Miércoles, 12 de Marzo de 2025

Ante la ponencia de archivo a la Reforma Laboral, con firma de ocho senadores en la Comisión VII del Senado, el pichón de dictador de Ciénaga de Oro dio nuevamente rienda suelta a sus sueños autoritarios.

Esta vez, amenazó al país con convocar a lo que él llama El Pueblo “en una movilización callejera, que impulse una consulta popular para las reformas sociales que implican la justicia social en Colombia”. Dicho de otro modo, Gustavo amenaza con que de no aprobarse las reformas caprichosas que lidera, romperá la institucionalidad, desconociendo que el Congreso también es el representante del pueblo e intentará, por vías de hecho, lograr sus objetivos.

¿Sorprende? En lo absoluto. Lo que sorprende es que el 70% de los colombianos -siendo generosa con su popularidad - sigamos permitiendo las mismas intimidaciones de siempre. Así, nos observamos entonces, sirviendo de nuevo de difusores de la agenda de comunicación que él dispone sin, y eso es lo preocupante, asumir acciones contundentes para frenarlo, porque “a Gustavo siempre hay que darle una salida para que no se inmole”.

Como padres pusilánimes de un adolescente rebelde, hemos asumido que a Gustavo se le debe -en algunos de sus caprichos-, hacer concesiones que a ningún otro jefe de Gobierno le hubiésemos dado, so pena de que otra vez incendie el país. Nuestro temor permisivo a su capacidad destructiva se ha convertido en el oxígeno que él necesita para agitar la combustión social y, tensionando la institucionalidad, seguir destruyendo los logros que en materia social y económica habíamos alcanzado en los últimos 30 años para, finalmente, derribar los pilares de nuestro Estado de Derecho.   

Con habilidad retórica digna de caso de estudio como dijo Thierry Ways en una charla de esta semana, el señor de Palacio y su ejército de áulicos recurren, para seducir incautos, a ejercicios metonímicos y hermenéuticos descabellados. Su hiperlalia da cuenta, no solo de un absoluto desconocimiento del aparato normativo colombiano sino, parafraseando otra vez al doctor Jorge Enrique Robledo, de su interés de aprovecharse a punta de argucias, de la buena fe de los colombianos y en especial de “las gentes más sencillas del país”.   

Está claro, según el artículo 103 de la Constitución y la ley 134 -artículo 52-, que un proyecto de ley no puede ser tramitado mediante una Consulta Popular. Está claro también que según el artículo 165 de la ley 5 de 1992, el Congreso en cualquiera de sus debates puede aprobar o archivar un proyecto de ley y que ello no es sino la manifestación más pura del sistema de pesos y contrapesos que establece nuestra Constitución. Finalmente, también está claro que a Petro nada de esto le importa y que su propósito no es otro que, recurriendo a estratagemas de todo tipo, convocar Asambleas populares.

Estas Asambleas alimentadas -y que de eso no quede duda- por colectivos violentos, se traducirán en la Constituyente espuria que tanto hemos advertido en esta columna. Siendo muy distinta a la que contempla el artículo 376 de la Constitución, con esa excusa seguirán combinando todas las formas de lucha para generar el caos que tan bien pilotean (incluido el ejercicio de lawfare que el país hoy plácidamente contempla), poder perpetuar su perverso modelo en el poder y acabar con la democracia colombiana.

Recordando a Jean Francois Rebel en Por qué terminan las democracias, tal vez el peor enemigo que nuestro sistema político enfrenta son sus propias falencias internas que nos hacen ser víctimas de la candidez y condescendencia y solo evidencia la amenaza cuando es demasiado tarde. Petro quiere llevarnos al escenario de caos que tan bien sabe manejar y en el que se crece y nosotros, sin imponer resistencia alguna, vamos dóciles como en aquella historia de la rana en agua caliente.

No obstante sus pataletas, al adolescente de Palacio, como a cualquier colombiano, no se le debe permitir moverse un ápice por fuera de lo que la Constitución y la ley, en su más estricto sentido, indican. Cualquier exceso debe ser resistido firmemente y sin titubeos. Ojalá el Congreso estuviera a la altura y todos nosotros despertemos, actuemos y nunca olvidemos a quienes le sirven de cómplices.