ALEJANDRA FIERRO VALBUENA | El Nuevo Siglo
Sábado, 8 de Septiembre de 2012

Diálogo y paz

 

Es ineludible escribir en estos días, algunas reflexiones en torno del tema de la paz. Colombia ha virado hacia el esquema racional, después de un largo período concentrada en las vías de la fuerza. De alguna manera, Colombia ha conseguido pactar, hace ya varias décadas, con el ejercicio de la violencia como medio para alcanzar sus fines. Desde los grupos insurgentes, hasta los actores del gobierno, pero permeando en este recorrido a toda la población, se ha pactado y más aún, se ha educado en el uso de la fuerza, como vía privilegiada en la consecución de fines y, por ende, como modo de relación con los otros. Los colombianos recurrimos a la violencia para resolver los conflictos tanto personales, como sociales, antes de optar por la razón y abrir así un espacio de diálogo. En esta dinámica, somos prácticamente ignorantes.

Con este esfuerzo del Gobierno, se debe dar inicio -si se aspira al éxito del proceso de paz- a una escuela de diálogo social. El diálogo supone privilegiar la razón sobre la fuerza y, sobre todo, reconocer al otro como un interlocutor válido. No se limita a una búsqueda de acuerdos desde dos orillas opuestas; supone el reconocimiento de la posibilidad de hallazgo de la verdad, incluso si ella se muestra superior a los argumentos esgrimidos por las dos partes. El diálogo supone abrir un tercer espacio que obliga a los actores a desplazarse, de modo voluntario y sincero, hacia un lugar en el que los propios intereses no son lo primordial; ese lugar invita a descubrir, y por eso allí se debe entrar abierto, desnudo de toda intención de imponer el propio punto de vista. Quienes dialogan no se centran el uno en el otro, sino en los pasos que juntos deben dar para recorrer el camino que los guiará al puerto esperado. Cuando ese puerto es la paz, más necesaria será la actitud de apertura y la sincera búsqueda de la verdad, pues es una realidad altamente exigente para los hombres. La paz es anhelada por todos, pero pocas veces alcanzada; por ello pertenece al plano de las promesas divinas.

Sólo si existe una estructura social en la que estos espacios existan y se eduque a las personas en el ejercicio racional y de apertura a la verdad, se puede pensar en una resolución de conflictos por esa vía, porque la paz no se firma en una mesa, sino que se hace viva en la sociedad. ¿Estará Colombia preparada para dialogar? Esta pregunta, como la gran mayoría, no tiene una única respuesta.

Estaremos listos en la medida en que consideremos que ese es un camino que merece la pena ser recorrido, pero también si establecemos con claridad lo que implica un proceso dialógico. Si somos estrictos, veremos con tristeza que condiciones de diálogo racional, con apertura a la verdad, no tenemos, pues estamos ante una sociedad que hace años descuido y olvidó  esas vías y eso no se recupera de la noche a la mañana. Sin embargo, si no comenzamos por abrir espacios para recordarlas y entenderlas plenamente, seguiremos prolongando el régimen de la fuerza, el terror y el silencio al cual, según se ve, ya nos hemos acostumbrado.