ALEJANDRA FIERRO VALBUENA | El Nuevo Siglo
Sábado, 28 de Abril de 2012

Dos días de sol y de nuevo la tragedia

 

Dos días de sol en Bogotá y cae de nuevo en el olvido la tragedia invernal que nos azota. Los titulares de los diarios cambian repentinamente y los temas del día en los programas radiales se desplazan con facilidad hacia hechos que atraigan oyentes. La situación que miles de familias, empresarios y trabajadores sufren a causa del invierno, se hace invisible. Esta es sólo una situación dentro de muchas, en la que los sucesos, por terribles que sean, no calan en las autoridades ni motivan acciones preventivas e interventoras.

Este modo de comprender los hechos me remite directamente a la estructura de la tragedia tal como fue concebida por la antigua Grecia. En ella se representa no sólo una situación vital absurda y descabellada sino que se refleja una forma de comprender el destino que termina por explicar y resolver lo que carece de sentido. Para los griegos, la predestinación era una condición central en la existencia del hombre. Los designios caprichosos de los dioses, no podían ser modificados por las acciones humanas. La actitud frente al futuro es, desde esta perspectiva, la aceptación del destino anunciado por el oráculo, así se presente como absurdo y doloroso. El protagonista de la tragedia, en su afán por escapar, se comporta de manera torpe e insulsa, motivado no por la razón sino por la soberbia. En última instancia, no actúa con libertad real. Justamente, el concepto de libertad es un aporte posterior que nace y se desarrolla con el cristianismo y que se nutre con la perspectiva de la subjetividad explorada por el pensamiento moderno.

Aun cuando nosotros, -colombianos del siglo XXI- deberíamos haber heredado algo de esto -la noción de libertad-, parece que compartimos más la perspectiva de la tragedia griega frente a los sucesos que sufre la Nación. Nuestra pasividad frente a las tragedias se corresponde con esa visión de mundo en la que las acciones humanas no tienen nada que hacer frente a los designios caprichosos de los dioses (sean estos los ríos, las lluvias o la Pacha Mama misma). Por otra parte, la torpeza de las acciones que intentan contener los hechos trágicos responde sin duda a la soberbia de quien sólo se ocupa en sus propios intereses y cuidar su posición de poder. Medidas que no responden a un estudio concienzudo de la situación dejan en ridículo al país entero. Ejemplo de ello es la “construcción” improvisada de “trincheras” con bultos de arena que pretende contener al río desbordado. Increíble que no se haya previsto que al bloquear la entrada de agua, también se bloquea la salida y que dada la intensidad de las lluvias, la carretera que se quiere proteger queda convertida en una piscina. Frente a la acción torpe el resultado no es otro que quedar condenado a la tragedia misma de nuevo y para siempre. Afortunadamente, frente al caso en cuestión, hay también excepciones. Se ha visto cómo la sociedad civil organizada es capaz de suplir la ausencia del Estado. Sigamos procurando que la tragedia no sea nuestra vida real sino una mera representación del absurdo, sobre la cual, como enseña Aristóteles, podamos hacer catarsis.