Me da la impresión de que con el modo en que viven hoy las personas, la evolución podría por terminar suprimiendo el sentido de la escucha y las orejas mismas del cuerpo humano. Los discursos de nuestra época, en casi todos los campos, son bastante unidireccionales. No parecen tener ningún interés en el discurso de quien está al frente. El objetivo es imponer un discurso y sus contenidos y para ello, por ejemplo, en el campo político, la herramienta que hay que conquistar es el poder. Tal vez siempre ha sido así, pero ahora se nota más. Pero no solo en el campo político. Sucede en el económico, en el religioso, en el educativo. Y también en aquellos campos que posan de plurales y que tienen que ver con la ecología, la sexualidad, lo alterno. En estos últimos sí que se da actualmente una sordera irremediable.
En contraste con lo anterior, pienso en las veces que Jesús, en el Evangelio, les hace preguntas a sus oyentes. Por ejemplo: “¿Qué quieres que haga por ti”; “¿Qué lees en la Escritura?”; “¿Lo dices por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?”; “¿Quién dice la gente que soy yo?” Llama la atención que, siendo Jesús hijo de Dios y por tanto Dios, se tome un momento para escudriñar amablemente el corazón de las demás personas. Quiere conocer su pensamiento y aun sus sentimientos. Y esta es una forma, la mejor de todas, de validar a la persona misma. Es como si Jesús dijera: “Lo que tú piensas es importante, es valioso, merece ser escuchado con respeto”. Pero la actitud de Jesús es aún más diciente si se tiene en cuenta que no fueron pocas las veces en que se encontró con auditorios hostiles, que apenas sí se oían a sí mismos y se negaban a escuchar nuevas palabras y modos de ver la vida. En Jesús la gente de ayer, hoy y siempre, se ha encontrado con una presencia divina que sí escucha y que no le teme ni al hombre ni a la mujer.
Es que en el fondo la sordera intencionada puede ser un efecto del miedo. Un miedo cuyo origen puede ser el contemplar, quizás inconscientemente, la posibilidad de que mis creencias, razones, argumentos y necedades no sean del todo válidas ni tengan suficiente fundamento para perdurar en el tiempo. Cuando no hay verdadera capacidad de escuchar se comienza a acumular una gran frustración y rabia en quien tiene derecho a ser interlocutor, pero no se le da la palabra. “Si estos callan, hablarán las piedras”, afirmó en otra ocasión Jesús. Quizás habría que plantear una educación para la escucha en todos los ámbitos de la vida. Incluso en el interior de cada persona para que aprenda a escuchar antes que nada su conciencia y la voz de Dios. Podría ser que la educación para la escucha no sea cosa diferente a aprender a hacer silencio, a callar un poco, a darle reposo a la lengua. El que mucho habla, …