Vivimos el viernes pasado el solsticio de invierno en el hemisferio norte y con él la noche más larga del año, seguida por un nuevo amanecer. Muchas culturas antiguas celebraban este hecho como el triunfo de la luz sobre la oscuridad, acontecimiento que con la llegada del Cristianismo fue tomado para conmemorar simbólicamente el nacimiento de Jesús.
En esta porción de los multiversos en la que nos encontramos, en una galaxia modesta y girando alrededor de un sol diminuto si tenemos como referencia la vastedad de los cielos, estamos hechos de luz y lidiando día tras día con nuestras sombras, en un ejercicio continuo de ensayo y error, a fin de lograr aprendizajes que enriquezcan a la consciencia.
Todos los seres humanos, independientemente de nuestras diferencias culturales y religiosas, vivimos nuestras propias navidades, esos nacimientos a la luz que experimentamos luego de atravesar períodos de oscuridad, que pueden llegar a ser muy fructíferos si nos lo proponemos. Es en las sombras del vientre materno donde se tejió nuestra experiencia humana, en un proceso difícil pues implicó -ni más ni menos- pasar de un estado espiritual y sutil a uno mucho más denso, como es la materia que constituye nuestro cuerpo. Es en las sombras del miedo, la duda, la queja, la agresión o incluso la sensación de desamor donde se nos tiempla el alma y tenemos la oportunidad de hacer saltos cuánticos de consciencia. Es en lo secreto del corazón donde nacen nuestros mejores proyectos, aquellos que dan sentido pleno a nuestra vida. Todos esos nacimientos, todas esas navidades, emergen desde lo profundo y oscuro, atravesando momentos de penumbra, para finalmente ver la luz.
Aunque la luz del sol sale todos los días y cada jornada es propicia tanto para agradecer como para volver a empezar, esta época de celebraciones es un tiempo propicio para reflexionar sobre cuáles son nuestras navidades, a qué estamos naciendo, qué se ha venido incubando en las oscuridades de la trama de la vida y que ahora va a ver la luz.
Muchas veces no somos conscientes de todo aquello que se va construyendo en nuestro interior, esas manifestaciones de la existencia que ocurren inclusive a pesar de nosotros mismos, solo para mostrarnos que cada día es un milagro, que cada instante es un regalo de amor. Lo cierto es que en medio de la incertidumbre irrumpen aprendizajes necesarios para vivir más plenamente: descubrimos que no hay necesidad de quejarnos, sino que por lo contrario podemos dar gracias; comprendemos que la soledad es solo una ilusión, pues nos tenemos a nosotros mismos; nos percatamos de que un profundo dolor ya fue superado o que los deseos de venganza desaparecieron…
La Navidad que se aproxima o la Hanukkah que acaba de pasar no son tanto fiestas exteriores como oportunidades maravillosas de conexión interior, de reconocer las luces que tenemos en medio de nuestras sombras, de ver la luz en los otros y lo otro. Aunque por momentos parezca un tiempo oscuro, la luz brilla eternamente.