A propósito de la amistad, que en algunas latitudes se celebra por esta época y en otras en el febrero de San Valentín, generalmente la pensamos hacia afuera. Pero, ¿somos los mejores amigos de nosotros mismos?
Me aventuro a responder que no, que nos falta mucho para ello, ya que hemos aprendido a mirar preferentemente a los otros pero en realidad no estamos habituados a auto-observarnos como una práctica cotidiana: es la paradoja del ojo que todo lo ve, menos a sí mismo. No es que estemos desconectados totalmente de nuestra experiencia vital, sino que esa conexión suele ser superficial o momentánea. Sí, sentimos hambre y comemos, sed y bebemos, pues las necesidades básicas no dan espera. Pero de ahí a que nos alimentemos bien y bebamos lo que nuestro cuerpo necesita hay mucho trecho. Aunque cada vez hay más recomendaciones sobre nutrición saludable corremos el riesgo de convertirlas en una moda y no en un ejercicio consciente de autocuidado. Puede pasar algo similar con el ejercicio físico.
La clave para la conexión con nosotros mismos, para en verdad ser nuestros mejores amigos, está en la respiración. Dado que es un proceso automático, que incluso se da a pesar de nosotros mismos, la mayoría del tiempo respiramos sin darnos cuenta. Y respiramos en forma precaria: si bien nos va, llevamos el aire hasta el pecho, sin alcanzar totalmente nuestra capacidad pulmonar; muchas veces la respiración es entrecortada, pues el aire solo nos llega hasta la cintura escapular, un poco más abajo de la base del cuello. Ser nuestros mejores amigos implica empezar por ampliar la consciencia sobre la forma en que respiramos y llevar el aire hasta lo profundo de nuestro tórax, permitiendo que se ensanche nuestro abdomen. Como respiran los bebés, quienes no han perdido aún su conexión esencial.
Además de las necesidades básicas, necesitamos conectarnos con nuestras emociones, en forma consciente. Cuando lo hacemos, por lo general es desde nuestro estado de ánimo: estoy triste, tengo rabia, siento miedo, me duele, siento angustia o, la más común ahora, tengo estrés. Pero, ¿en realidad todo ello qué significa? ¿Tenemos un diálogo real con nosotros mismos y con las emociones que nos habitan? Tener una conversación seria con nosotros mismos no es un asunto fácil: por lo general no hemos sido educados en escucharnos a nosotros mismos, al cuerpo que somos y a las emociones que nos atraviesan. Hay maravillosas excepciones que confirman la regla. ¿Sabemos qué hacer con nuestro dolor? ¿Somos capaces de auto-contenernos emocionalmente, es decir, de identificar la emoción, reconocer que es una visitante, que no soy yo, y que le puedo permitir ser, estar y dejar pasar? ¿Podemos hacer un alto en nuestra verborrea mental y establecer un diálogo con eso que se nos está cruzando por la cabeza? ¿O nos dejamos arrastrar por nuestros contenidos mentales, creyendo que somos nosotros?
Podemos aprovechar este tiempo de celebración de la amistad para hacer las paces con nosotros mismos, auto-perdonarnos y sentir amor incondicional con la persona que vemos en el espejo cuando estamos a solas lavándonos los dientes. Podemos aprender a auto-abrazarnos, amarnos sin juicios, tal y como somos. Y desde ese amor, crecer en consciencia.