El amor, lo he dicho varias veces en este espacio, más que una emoción o un sentimiento, es una fuerza, la más poderosa que existe en los multiversos. También he afirmado que hablar del amor no es tanto un ejercicio romántico como de ampliación de consciencia, de darnos cuenta de que nada de lo que nos ocurre es fruto de la casualidad, sino consecuencia de sincronicidades en las que se manifiesta aquello que necesitamos para seguir creciendo, más allá de que nos guste o no.
El amor es el orden implícito del cual nos habló el físico cuántico David Bohm, haciendo referencia a la unidad, a la totalidad. Sí, el amor es el todo, la fuerza que se manifiesta en lo creado. ¿Y esto qué tiene que ver con nuestra cotidianidad? ¡Todo! Somos fruto de ese amor manifiesto en la unión de mamá y papá -independientemente de su carácter romántico o no-, en la herencia de todos los ancestros que hicieron posible nuestra existencia en este justo momento. Y preservamos la vida gracias a ese amor, manifiesto también en la luz, el agua, los alimentos. La vida es amor.
Como solemos reducir el amor a una emoción, más aún si es compartida o correspondida, cuando ello no ocurre creemos estar vacíos, condenados a la soledad o felizmente alejados de algo que muchos pueden considerar ridículo. ¡Por supuesto que las relaciones humanas son fundamentales! ¡Claro que la maravilla de la subjetividad cobra un nuevo sentido en la unión con otros y la creación de comunidades! Pero, el amor es previo a todo ello: no es el fruto del encuentro sino aquello que lo posibilita y potencia. ¿Cómo reconocer, entonces, la conexión con esa fuerza inherente a la vida misma? No tengo dudas sobre aquello que nos conecta con la fuerza: la respiración. El aire es lo que nos mantiene con vida y -si prestamos atención- nos puede conducir a estados ampliados para abarcar la totalidad. Si cerramos nuestros ojos y respiramos profundamente atestiguando el aire que entra y sale, el lleno y el vacío, siendo conscientes y constantes en el ejercicio alcanzaremos momentos de paz interior. Allí está el amor, al alcance de todos, en cualquier momento.
Por ello creo que el amor es más fuerte que la lucha. Comprendo que para muchas personas la lucha hace parte de su vida, herencia de las enseñanzas del patriarcado. Hay otras formas para alcanzar lo que queremos, diferentes a irnos contra los obstáculos: el agua, en su sabiduría, no pelea con ellos, los rodea; cuando se represa, desarrolla tanta fuerza que empuja, no en un acto de pelea, sino de liberación. Por ello creo que la lucha es menos efectiva que la fluidez, pues el amor en ella no brilla en todo su esplendor: toda pelea implica la negación del otro. La fuerza del amor logra las transformaciones más poderosas de las cuales seamos capaces, que se multiplican si las hacemos juntos. Amemos, amémonos; seamos fuertes en el amor.