“El reto no es solo ser padre, sino uno bueno”
Hace diez años me estrené como mamá.
Hoy cumple una década el amor de mi vida y por medio de esta columna quiero hacerle un homenaje al Maestro del Amor más importante que tenido en toda mi existencia: mi hijo.
Se estrena la otra mitad de corazón cuando se tiene un hijo, el porcentaje que uno no sabía que existía. La maestría en el amor maternal no tiene límite y por el contrario se expande como el universo. Los primeros años de protección se transforman en un goce magnífico en la medida en que crecen y van abriendo las alas. Mi pequeño David ya está grande, pero de manera inconsciente no logro verlo en su justa dimensión y por eso cuando me preguntan por su edad me provoca decir “el niño tiene tres meses con nueve años”. Es que si pudiera darle una pastilla de “chiquitolina”, para arrullarlo como en sus primeros días, sin ninguna duda lo haría. Sin embargo, comprendo que los arrullos diez años después son distintos porque tienen que ver más con el refugio seguro a donde puede llegar para consultar un problema, resolver un misterio de la pre adolescencia, esconderse de los miedos y llenarse de ánimo para seguir.
He aprendido que la sacralidad de la maternidad y paternidad debe fundamentarse en la consistencia de la entrega den el mensaje del amor de nosotros los padres, hacia nuestros hijos. Crianzas seguras y respetuosas, sin golpes, gritos, humillaciones, ni miedos infundados. Criar con límites y con disciplina, entendiendo que los tiempos cambiaron y las ciencias respaldan las buenas prácticas en el amor y que sobre todo es el ingrediente que ningún día de la vida debería ni faltar, ni darse por sentado. Querer a un hijo sin condiciones es una de las grandes fortunas que se puede tener en la vida, porque se entrega amor y se recibe a cambio gratitud en forma de carcajadas, abrazos y miradas de emoción.
El reto no es ser solo papá o mamá, sino ser uno bueno y una de las claves para lograrlo tiene que ver con el ejercicio honesto con uno mismo que permita reconocer las herramientas positivas y las carencias afectivas y emocionales que uno como adulto trae de su propia historia familiar, porque esas pautas afectivas que se recibieron en los años de la infancia, son las que la mayoría de las veces se repiten para ejercer la paternidad y maternidad. Por esto hay que sacar el espejito mágico para preguntase con franqueza si lo que se está repitiendo en la crianza de los hijos, es lo más adecuado o no.
En mi caso individual asumí el reto de transformar heridas y carencias que aún hoy me juegan malas pasadas. Pero es mi hijo el motor que me impulsa a ser una mejor versión de mi misma. Mientras yo reflexiono y me organizo, él juega, trepa, sube y baja correteando a la vida como tratando de alcanzarla. Ya se ha caído, ha sufrido golpes y anda empacando el morral con mucho entusiasmo para la aventura de esta segunda década que hoy empieza. Él que ha leído varías columnas mías y que con paciencia me ha acompañado a escribirlas en estos 10 años, está muy orgulloso que hoy le dedique estas líneas. Feliz cumpleaños a mi ¡Amor Perfecto!