Amylkar Acosta | El Nuevo Siglo
Martes, 21 de Junio de 2016

La autonomía universitaria

 

EN Colombia se ha avanzado muchísimo en materia educativa, particularmente en lo concerniente a la educación superior, pero está aún dista mucho de la excelencia. Tanto en cobertura como en calidad todavía acusa grandes falencias, pese a la proliferación de universidades, tanto públicas como privadas, muchas de estas de garaje, valga decirlo y a las exigencias cada día mayores para la acreditación de sus programas y el Registro calificado. Su estructura piramidal hace del sistema educativo algo excluyente, elitista, pues a medida que se escala de la educación básica a la cúspide se va cerrando el círculo, hasta hacer de la educación superior en Colombia un verdadero privilegio.

 

El alto porcentaje de deserción estudiantil a este nivel (46.1%) lo acentúa, con el agravante de su carácter discriminatorio, dado que en la educación universitaria también se cumple esa odiosa realidad incontrastable que impera en nuestro país, en donde tenemos educación para ricos y educación para pobres, siendo este uno de los factores que más contribuye a la desigualdad de trayectorias entre los colombianos, que termina reflejándose en las enormes brechas entre los distintos estratos de la población.

 

En este contexto, en la escala de principios y valores de la Universidad la autonomía está llamada a jugar un rol de la mayor importancia. Este principio aunque ha evolucionado con el paso del tiempo se mantiene incólume como la piedra miliar sobre la que descansa la Universidad, siendo de su quintaesencia; la Universidad es autónoma o deja de ser Universidad. La autonomía se debe defender no sólo de aquellos que la amenazan, sino de aquellos que se escudan tras ella para cometer sus desmanes y tropelías en detrimento de la calidad de la educación que se imparte y de la investigación que se realiza en su interior, que es su razón de ser.

 

Ahora bien, la autonomía no es un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar los fines más nobles de la Universidad, cuales son la generación y transmisión de conocimientos científicos, para lo cual es fundamental la libertad de cátedra y de investigación, exentas como deben estarlo de presiones o condicionamientos ideológicos o políticos. Al fin y al cabo, como lo dice el cantautor Joan Manuel Serrat, “lo que más enriquece el pensamiento de uno es la pluralidad de pensamiento de los demás”. La autonomía universitaria fue elevada a rango constitucional en la Constitución de 1991, en su artículo 69.

 

Ahora, cuando estamos ad portas de la firma del Acuerdo de La Habana, que le pondrá término al sexagenario conflicto armado que ha padecido Colombia y se abre la perspectiva del posconflicto, el campus universitario está llamado a convertirse  en el escenario por excelencia que sirva de torrentera para encausar el gran diálogo social para forjar una paz segura, estable, duradera y con arraigo en las regiones. ¡Y la autonomía contribuye a hacer de las universidades santuarios de paz!

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