Andrés MOLANO-ROJAS* | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Noviembre de 2015

50 años de Nostra Aetate

A  veces vale la pena volver al pasado y recorrer los pasos ya transitados, en búsqueda de respuestas a las preguntas más acuciantes sobre el presente y para calmar un poco las aprensiones del porvenir.  El mundo actual, plagado de confusión e incertidumbre, parece desafiar toda racionalidad.  Toda explicación, recién formulada, es de inmediato desbordada por los acontecimientos.  Lo que ayer parecía imposible por indeseable, se vuelve hoy imprescindible.  Y a pesar del enorme consenso sobre las amenazas y los desafíos (desde el terrorismo hasta el cambio climático), la humanidad parece incapaz todavía de ponerse de acuerdo para hallar soluciones eficaces y afrontarlos con la coherencia que sería deseable.

Por eso resulta oportuna la conmemoración del cincuentenario de la declaración Nostra Aetate, promulgada por Pablo VI el 28 de octubre de 1965 en el marco del Concilio Vaticano II.  Esta declaración -de profundo contenido teológico e implicaciones políticas- redefinió las relaciones entre la Iglesia Católica (no sólo como institución sino como conjunto de fieles) y las religiones no cristianas.  Empieza subrayando la importancia de “aquello que es común a los hombres y que conduce a la mutua solidaridad”, y que determina la comunidad de origen y de destino de todos los pueblos.  Sin renunciar a su condición de depositaria de la Revelación, la Iglesia Católica “no rechaza nada de lo que en (otras) religiones hay de santo y verdadero”.  En cuanto al Islam, los padres conciliares invitaron entonces a que católicos y musulmanes, “olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres”.  Y en un acto de reconocimiento, justicia y caridad, no sólo reivindicaron el “patrimonio espiritual común” que une a católicos y judíos, sino que reprobaron explícitamente el antisemitismo —cuya mácula ensombreció incluso la liturgia del Viernes Santo— y allanaron el camino que condujo, años después, al documento We Remember: A Reflection on the Shoah.

Dijo Italo Calvino que “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Nostra Aetate sin duda lo es.  Y hoy, más que nunca, tienen sentido sus palabras, que privan de cualquier fundamento a “toda teoría o práctica que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan”.  Especialmente si esa discriminación acaba justificando la persecución, la violencia, la exclusión, la humillación -e incluso la muerte- en nombre de Dios y la defensa de la fe. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales