ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Marzo de 2012

Cuba y la cuestión de fondo

La cuestión de fondo en la polémica sobre la participación de Cuba en la VI Cumbre de las Américas convocada en Cartagena el mes próximo, no estriba en saber quién ganó y quién perdió en el pulso diplomático -por otra parte aún inconcluso-, que provocó con una infortunada ocurrencia suya el Presidente ecuatoriano.  O, como tituló algún programa radial, en establecer si Santos “pasó el examen diplomático o sólo obedeció a Estados Unidos”.  Por ese camino se acaba concluyendo que ese país “perdió moralmente en la crisis de la Cumbre de las Américas” -como afirmó algún experto en ese mismo programa-, o que el resultado (cualquiera que sea) es otro triunfo de la “era dorada” de la diplomacia colombiana -para emplear el calificativo que el excanciller Rodrigo Pardo le acaba de dar en una columna del Project Syndicate a la política exterior del actual gobierno-.
Semejantes conclusiones -y otras surgidas al fragor del debate, ya sea sobre la utilidad de estos encuentros, la sinceridad de los “nuevos mejores amigos” de Colombia, o el “imperialismo yanqui”- son engañosas cada una a su manera, y esencialmente anodinas. Desvían la atención de lo que realmente cuenta en este episodio, y encubren una preocupante tendencia en el entorno latinoamericano: la forma en que la democracia se ha vuelto irrelevante para un continente que tanto esfuerzo hizo y tanta sangre derramó para alcanzarla, y en donde aún hoy está lejos de ser un logro asegurado.
En efecto, la Cumbre de las Américas nació en 1994 impulsada por dos grandes consensos:  uno democrático en lo político y otro liberal en lo económico. Resultado también de aquel consenso es el actual régimen democrático interamericano, del cual forman parte integral tanto las Cumbres, en virtud de la Declaración de Quebec, como la Carta Democrática Interamericana,  adoptadas ambas en 2001.
Por tanto, pedir la participación de Cuba en la Cumbre es de entrada un contrasentido. A menos que se quiera liquidar ese patrimonio común tan arduamente conseguido. Se pueden tener las mejores relaciones con La Habana, se puede suscribir un principio de solidaridad y repudiar válidamente el bloqueo estadounidense, se pueden abrir nuevos espacios multilaterales, como la Celac, que la incluyan:  pero Cuba no es una democracia y por lo tanto, no puede estar en Cartagena.
Lo anterior, naturalmente, no les importa a los gobernantes del ALBA.  Pero debería importarle a otros gobernantes. Y sobre todo, debería importarles a los latinoamericanos, a no ser que la democracia, simplemente, ya no importe.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales