La temporada invernal sigue en un pico alto, así en algunas zonas haya pequeñas treguas con días soleados o lluvias menos intensas. De hecho, los pronósticos del Ideam señalan que hasta finales de diciembre o incluso comienzos de enero podría empezar a cambiar la tendencia climática. Por lo mismo, el Sistema Nacional de Atención de Emergencias debe seguir activado al cien por ciento porque el riesgo de inundaciones, deslaves, afectaciones de viviendas, vías y otras infraestructuras físicas continúa latente.
En el entretanto, es importante que se aboque un análisis de cuáles deben ser los ajustes estructurales que requiere el señalado sistema, mucho más a partir de las contingencias de este 2024 que, al decir de los expertos, ha sido particularmente atípico, ya que arrancó con la etapa final del fenómeno climático de El Niño, que llevó a que más de mil municipios registraran emergencias por incendios forestales y afectación de la disponibilidad hídrica.
Luego, hacia finales del primer semestre, se alertó de la probabilidad alta de pasar, casi de inmediato, a un periodo de transición hacia la circunstancia contraria, La Niña, que se caracteriza por lluvias por encima de los promedios históricos, previendo que marcaría la segunda parte del año.
Ahora que falta un mes largo para que termine 2024, si bien hay una variabilidad de la temperatura oceánica en el hemisferio occidental, la probabilidad de que se presente La Niña bordea solo el 57%. Así las cosas, como lo indicara la directora del Ideam en nuestra edición dominical, no asoma probable que se declare la existencia de dicho fenómeno climático este año y habrá que esperar al arranque del 2025.
Es más, así en medio de la temporada invernal pueda sonar extraño, lo cierto es que los registros de temperatura de enero pasado hasta la fecha evidencian que se han presentado récords históricos de temperatura en el país, sobre todo en la parte amazónica. De hecho, tanto Ecuador como Perú, que hacen parte de la misma cuenca trasnacional, han sufrido este año, al igual que una parte de Brasil, periodos de sequía sin precedentes.
Pero las altas temperaturas no solo se presentaron en el suroriente colombiano. En otras regiones muchos municipios vieron subir sus termómetros a picos de calor nunca antes vistos, en tanto que los promedios de lluvias han disminuido en varias regiones a niveles de los que no se tenía noticia hace décadas.
Tampoco se puede perder de vista que desde hace algunos años los coletazos de la temporada de huracanes en el mar Caribe son cada vez más fuertes en los departamentos del norte, así como en el archipiélago de San Andrés. No pocos expertos señalan que los planes de prevención y atención de desastres en esas zonas deben ajustarse de forma permanente para afrontar este tipo de afectaciones que ya han dejado de ser excepcionales.
Por igual, resulta procedente que se aplique una reingeniería a los niveles de confiabilidad del sistema energético e hídrico nacional. Los impactos en todo el año a la cadena hidroeléctrica, que proporciona más del 65% de la energía que consume el país, requieren un análisis a fondo de la eficiencia del modelo interconectado, la capacidad de embalse útil de agua y la necesidad de acudir a otros sistemas de fuente y soporte. El tema va más allá del desarrollo del parque de energías alternativas (solar, eólica, hidrógeno y otras). Es claro que avanza, pero su aporte a la matriz energética nacional es todavía muy bajo. Incluso, si bien el funcionamiento al cien por ciento de las termoeléctricas en este segundo semestre salvó al país del riesgo de apagón, las alertas sobre escasez de gas comprueban que esa tabla de salvación tiene sus limitantes.
Por otra parte, resulta innegable que por más que Colombia sea una potencia hídrica la disponibilidad del vital líquido está cada vez más condicionada a los drásticos cambios climáticos, el calentamiento global, el aumento desmesurado de la demanda y la ausencia de mecanismos eficientes para garantizar el uso racional del recurso. Si algo ha dejado en claro el 2024 es la dramática vulnerabilidad de muchas poblaciones en este aspecto, incluyendo a la propia capital del país y sus alrededores.
Los ciclos de cosechas, los polos de desarrollo sostenible del agro, la industria y el comercio, al igual que la urgencia de una producción alimenticia más sólida e incluso los criterios de urbanización y ampliación de los servicios públicos… Todos son elementos que urgen repensarse y adaptarse a realidades climáticas cada vez más impredecibles. Este año ha sido un campanazo en ese sentido. Ojalá se tomen acciones de fondo al respecto.