ANDRÉS MOLANO ROJAS | El Nuevo Siglo
Lunes, 30 de Abril de 2012

Falacias encumbradas

 

A  riesgo de sufrir un ataque intenso de monomanía, esa forma de locura o delirio parcial sobre una sola idea -tan extendida actualmente entre ciertos sectores políticos colombianos-, hay que volver una y otra vez sobre la Cumbre de las Américas, a fin de no perder ni una sola de las lecciones que haya podido dejar, no sólo para la diplomacia nacional, sino para analistas y expertos, comentaristas de ocasión (y algunos oportunistas), y también, naturalmente, reporteros de turno.

En ese sentido, por ejemplo, podría empezarse haciendo un inventario de las falacias más repetidas por los medios de comunicación al fragor de la cita hemisférica: lugares comunes que a su simplicidad intelectual unen con frecuencia un enorme encanto retórico y una gran fuerza propagandística, con lo cual hacen fácil carrera en la opinión pública.

Se ha dicho que las cumbres son inocuas, “tanto es así que nadie recuerda el contenido de ninguna”; que “lo que quedó claro es que el principal recurso que le queda a EE.UU. en el continente es el derecho de veto”; que “América Latina tiene una voz más independiente y sus intereses no coinciden con el de EE.UU. y su único aliado, el gobierno conservador canadiense”.  Todo esto en el mismo artículo (Cumbre de las Américas: ¿al fin qué?, Semana, 21.04.2012).

Ojalá las cosas fueran así de sencillas. Algunas cumbres pueden ser inocuas y otras no: eso depende mucho del contexto político, de la circunstancia histórica y de la agenda de cada una de ellas. A la postre, las cumbres son lo que líderes y gobiernos hacen de ellas. Por otro lado, ni EE.UU. tiene un “derecho” de veto en estos escenarios, ni la falta de consenso puede achacarse sólo a su intransigencia.  De hecho en Cartagena otros fueron (aún más) intransigentes. Por último, habría que superar la idea de que una América Latina más independiente es o debe ser forzosamente anti-estadounidense (Castro y Chávez quisieran hacerle creer eso a la región entera); y valdría la pena también dejar de subestimar el papel de Canadá -cualquiera que sea el partido que allí gobierne- en el Caribe anglófono, con el que comparte no sólo la lengua, sino al monarca británico como Jefe de Estado (algo que algunos a menudo olvidan).

El estudio de la política internacional no es una sinecura. Y aunque nadie es infalible en una materia tan compleja, por lo menos hay que hacer la tarea con cuidado y buen juicio. Y si no, dedicarse de lleno a escribir publirreportajes.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales