ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 14 de Mayo de 2012

Estancados en Siria

Hace 14 meses que la “Primavera Árabe” llegó a tierras sirias.  Pero lo que en un primer momento hubiera podido ser una oportunidad histórica para la transformación política de ese país parece haberse diluido por completo, en medio de la feroz represión del régimen de Bashar al-Assad -prevalido del amparo que recibe de Moscú, Pekín y Teherán-; la fragmentación de una oposición relativamente acéfala (y notoriamente “islamizada”); la parálisis de las instituciones internacionales; los intereses creados de Katar y Arabia Saudí; y episodios de terrorismo cada vez más frecuentes, más sofisticados, más letales, que uno y otro bando se atribuyen mutuamente o a terceros difusos e inasibles pero útiles retóricamente (como Al Qaeda).

No hay por lo tanto muchas razones para la esperanza.  Hace un mes, tras las gestiones de Kofi Annan (enviado especial de la ONU y la Liga Árabe), se estableció un cese el fuego que ambos bandos han violado sistemáticamente, y una hoja de ruta que no conduce a ninguna parte.  Entre tanto, Al-Assad no sólo ha reformado la Constitución de forma unilateral e inconsulta, sino que convocó unas elecciones sobre las que Carl Bildt, curtido diplomático y actual ministro de exteriores sueco, solo atinó a comentar en su cuenta de twitter el pasado 7 de mayo:  “Sorry? Elections? Syria? Get serious...

Hoy la situación en Siria se encuentra estancada.  Las principales víctimas de ese estancamiento son, naturalmente, los civiles. Y lo seguirán siendo si como es apenas previsible, éste conduce finalmente a una guerra civil intermitente y prolongada, entre un régimen envalentonado por la abulia de la comunidad internacional y parapetado tras su superioridad militar, y una constelación de facciones opositoras dispersas pero beneficiarias de un importante apoyo popular (aunque incapaces de constituir un frente políticamente unificado).

Que Siria se haya convertido en una especie de pivote del cual podría depender la estabilidad de la región, el equilibrio entre potencias medias como Irán y Turquía, los cálculos estratégicos de Israel, la suerte de Líbano, el prestigio del Kremlin, y las ambiciones de algunos Estados del Golfo, entre otros, no hace sino más oscuro el panorama. Añádanse su enorme arsenal de armas químicas, los recelos del clan alauita, el temor de la minoría cristiana, la tremenda asimetría entre las fuerzas enfrentadas, y se obtendrá la receta perfecta para el desastre.  

Eso se sabía ya desde el principio.  Pero ahora es casi una tragedia a la que habrá que acostumbrarse, tanto como a las charadas diplomáticas de Annan y los rusos.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales