Tuve la oportunidad de preguntar a la 'número dos' del PP, Cuca Gamarra, si la idea de nuevo aventada por su jefe, Alberto Núñez Feijóo, en el sentido de que debe gobernar el más votado, se extiende también a unas elecciones generales, y no solo a las municipales y autonómicas, como hasta ahora se venía barajando. Me respondió que, en efecto, la idea del PP es la de que el presidente del Gobierno fuese el más votado, probablemente en una 'final a dos', como ocurrió en Francia.
Me parece que hablar acerca un pacto sobre esa reforma sustancial de nuestra normativa electoral, que evitaría gobiernos 'contra natura' como el del PSOE con Podemos o el del PP con Vox, debería haberse incorporado a ese 'papel sin siglas' que Feijóo envió este viernes a Pedro Sánchez. Cierto que la propuesta se limitaba al campo económico, en momentos en los que la guerra en Ucrania, que este domingo cumple, ay, dos meses, amenaza muy seriamente la recuperación de Europa tras la pandemia y, por tanto, también, o principalmente, la de España. Pero los 'nuevos pactos de La Moncloa', a los que creo que deberíamos aspirar, han de recordar que aquellos primeros pactos de 1977 se referían de manera muy sustancial a los aspectos políticos, además de a los económicos.
Francia, que por fortuna para ella carece de tensiones territoriales, es país acomodado, culto y politizado, con extrañas connotaciones sociológicas que no bastan para explicar la aparición de los 'chalecos amarillos' o el auge de una formación como la de Marine Le Pen, que de nuevo ha logrado llegar a la 'final' en la carrera presidencial.
La alianza tácita del centro con la derecha moderada de Los Republicanos y con la izquierda confesa de Mélenchon frena en seco la expectativa de un populismo gobernante en Francia, que sería desastroso para la marcha de la Unión Europea cuando más cohesión y liderazgo necesita: el domingo se cumplieron dos meses de la intervención intolerable de Putin en Ucrania y nadie puede permitirse dar poder a alguien que, como Le Pen, presenta inquietantes perfiles de simpatías -quizá pasadas, lo admito, pero quién sabe- hacia el nuevo 'zar' ruso. En la trayectoria de un político no cabe desconocer su curriculum, y eso es perfectamente aplicable para Le Pen, como atacó Macron en el debate electoral que mantuvieron esta semana.
Así, la 'segunda vuelta electoral' permite alianzas de hecho que no implican ni gobiernos de coalición 'a la alemana' ni poderes absolutos en manos del presidente de la República. Demasiado bien sabe Macron lo que les debe a la Francia Insumisa de Melenchon y, en menor grado, a los Republicanos de Pecresse: tendrá que contar con ellos.
Ya sé que, para llegar a una 'solución a la francesa', se necesitaría en España una reforma constitucional, algo que podría hacerse sin riesgos de injerencias separatistas o extremistas mediante un pacto entre los dos partidos mayoritarios que limitase la reforma a los aspectos pactados por ambos. Esos grandes pactos están ahora en manos de dos hombres, Pedro Sánchez -que bien podría meditar con lo sucedido a los correligionarios galos- y el recién aterrizado Alberto Núñez Feijóo. Ambos son 'macronitas' y bien podrían aplicar aquí y ahora aquello de 'cuando las barbas de tu vecino francés veas pelar...'. Pues eso, que estamos de enhorabuena: ganó Macron. Y alguien por aquí tendría que tomar buena nota de ello.