“Lo que Dios da, bendito está”, dice proverbio popular. “Mientras tengamos tiempo, obremos el bien”, dijo S. Pablo (Gal. 6,10). Qué magnificas pautas para aprovechar, como lección permanente, cada momento de nuestra plena realización humana. Es indicación de aprovechar el momento presente como oportunidad del crecimiento en el bien, y haciendo bien cada una de nuestras obras. “Haz lo que haces”, es voz antigua también de sabiduría popular, para no vivir lamentándose de todo sino, como efectivos realizadores: “diciendo y haciendo”.
Insistiendo en el aprovechamiento alegre y eficiente del tiempo en todo momento, hay que dar razón a quienes nos dicen que “de nada sirve lamentarse por lo que no se puede hacer, y protestar por necesarias limitaciones para evitar peligros o contagios, sino que, prudentemente, preguntarnos: ¿“Qué puedo hacer en este momento para bien mío y el de los demás”? y, como respuesta, empeñarnos en algo concreto y beneficioso. Qué sano optimismo tomar conciencia de que “las dificultades no son una traba sino una oportunidad”.
Colocarnos en ese ambiente no es ser soñadores sino eficientes realizadores de nuestra existencia, empeñados en la gran empresa de florecer, y dar fruto, allí en donde estamos ubicados por la Providencia, y no frustrados profetas de inútiles lamentaciones. Es preciso aprovechar cada día en el propio cultivo espiritual o cercanía de Dios, en lo intelectual, en lo social, en aspectos prácticos, y no el cruzarnos de brazos con cobarde derrotismo.
“Cada persona es útil para algo” si vence pesimismo, si afronta con valor las exigencias de la vida. Cómo es de imitar el ejemplo de buen número de personas con limitaciones físicas, y aún mentales, que se abren paso en la vida y triunfan en los más diversos frentes, sea el laboral, el artístico, el deportivo y el profesional. Ellos confirman otro gran adagio: “querer es poder”. Hay voces entusiastas que nos dicen que: “el mundo es para conquistarlo y Dios lo alquila a los valientes”. Es esto cumplimiento de lo pregonado por el Rabí de Galilea que: “el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt. 11,12). La violencia hacia los demás es criminal y contraria al Mandamiento del Amor de Cristo (Jn. 13,34), que se extiende hasta los enemigos (Mt. 5,44). Luchar contra las malas inclinaciones, vencerse a uno mismo en proclives tentaciones, es lo enseñado por la sapiencia divina.
Lamentablemente hay grande tendencia a reclamar a cada paso por las actuaciones de los demás, a quienes pedimos sacrificios, y grandes esfuerzos en las causas comunes, y, con qué facilidad interpretamos injustamente sus actuaciones, así sean hechas con las mejores intenciones. Es algo que exige superación si queremos contribuir al bien de la comunidad y fiel escucha a las inagotables enseñanzas de Jesús de Nazaret, quien reclama, claramente, preocupaciones por la paja que hay en el ojo del hermano y pide no inquietarse por la viga que hay en el propio (Mt. 7, 4-5).
Si nos preocupamos por hacer decididamente el bien en cada momento, si desechamos cómodas posturas tendremos la gran alegría de estar haciendo el bien.
*Obispo Emérito de Garzón
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