El 12 de octubre de 1936, Miguel de Unamuno nos regaló una reflexión eterna, que puede ser leída, vista y escuchada en cualquier momento de la historia, expresada así: “venceréis, pero no convenceréis”. Hoy quisiéramos analizar parte de ese discurso pronunciado en la Universidad de Salamanca: trataremos de comprender la crucial diferencia entre “vencer” y “convencer” y encararemos la dolorosa hermosura que encarna el valor de un pensador que se anima a decirle en la cara a los opresores, con total elocuencia y contundencia, la más cruda de las verdades que se pueda pronunciar: la violencia es la única herramienta que demuestra el fracaso de los poderosos y de las masas estúpidas.
Es necesario que contextualicemos lo dicho por Unamuno en su escenario histórico: mientras Miguel pronunciaba estas palabras provocadoras delante de la esposa de Francisco Franco, José María Gil-Robles (líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas) y el fundador de la Legión Española, José Millán Astray, un militar que se erigía como el más ferviente defensor del franquismo, tenía el poder de eliminar a Unamuno.
A Unamuno se le permite dar su discurso al poco tiempo de perder la Universidad su autonomía y pasar a manos de un nuevo rector servil y de militares que la custodiaban. En esa situación, el gran Miguel no tuvo mejor idea de realizar una defensa de la libertad de pensamiento frente al autoritarismo y la imposición de una ideología por la fuerza. A diferencia de nuestro autor, actualmente vemos cómo en los altos centros de estudios académicos dicha imposición no se realiza a fuerza del fusil, sino de su reemplazante, el financiamiento.
Cuando Unamuno sostuvo que la barbarie “vencerá”, reconocía que la fuerza militar de Franco tenía chances significativas de “ganar” la guerra en términos fácticos de confrontación de poder militar sobre poder civil. Siguiendo con el paralelismo de nuestro tiempo, también es evidente que las agendas rentadas por políticas globalistas direccionadas tienen, y tendrán durante un buen tiempo, el dominio del monopolio del financiamiento de políticas educativas transversales a todos los niveles y modalidades, siendo sus detractores inmediatamente catalogados de fascistas conservadores e intolerantes, desplazados de sus puestos de trabajo o silenciados mediante los nuevos arsenales disponibles: la censura en nombre de lo políticamente correcto y la difamación.
Pero al igual que el salvajismo descrito por Unamuno, es necesario decirle a los nuevos “vencedores” de la presente batalla cultural: Uds. no convencerán por mucho tiempo. La imposibilidad de sostener un régimen autoritario y alérgico al pensamiento crítico es posible básicamente por la dificultad en la que se encuentra el discurso dominante de ofrecer persuasión mediática, pero sin argumentos y razones que se liguen un poquito a la realidad cotidiana de los mortales existentes fuera de Netflix y Disney. Y esto sucederá, tarde o temprano, cuando sea imposible contener el daño que produce la legitimidad moral y ética de las acciones promocionadas por la violenta costumbre de pretender desplazar por completo a todo aquel que no se inscriba en las primeras filas del pelotón de los repetidores seriales de máximas incoherentes y contraproducentes para la comunidad.
Al igual que Unamuno en ese octubre de 1936, es preciso tener el valor de expresar la resistencia intelectual y moral frente a cualquier tipo de autoritarismo que busque silenciar, censurar, cancelar, aniquilar y depredar cualquier ápice de reflexión disidente y pensamiento crítico, puesto que la “victoria” auténtica no radica en la imposición mediante la fuerza, sino en la convicción que persuade mediante el diálogo agónico entre antagónicos con una argumentación que recupere cierto grado de racionalidad.
Como habrán podido apreciar, la cita de Miguel de Unamuno trasciende completamente cualquier contexto histórico y se ha transformado en un lema universal para simbolizar la importancia real que tiene la libertad de pensamiento y de expresión.