Al cumplirse un año de gestión de gobierno, vienen los balances en materia económica. Un año cargado de mensajes de incertidumbre que rápidamente generaron aumentos sustantivos en la prima de riesgo país, en la tasa de cambio y en las tasas de interés de colocación de Bonos y TES de financiamiento público. Todo lo anterior elevando sustantivamente las obligaciones financieras y el monto total de deuda.
Sobresalen allí anuncios presidenciales de control cambios a la salida de capitales, la emisión de bonos para financiar a las víctimas del conflicto armado por parte del banco central, o la prohibición de firmar nuevos contratos de exploración de gas y de petróleo, eso sí dejando abierta la posibilidad de importar gas de Venezuela. A esto súmele la ausencia de consensos y los debates de las reformas (laboral, salud, pensiones) donde aún hay dudas sobre su sostenibilidad fiscal y severos impactos al sector empresarial e inversión de largo plazo.
En el terreno positivo sobresale una reforma tributaria que, salvo el tema de regalías petroleras, ha sido positiva en su concepción progresista y de recaudo. De igual forma, generaron frutos las decisiones del banco central para controlar la inflación que sigue su marcha de descenso, la continuidad en la política de cierre de diferenciales de precios de combustibles, y una muy buena dinámica en materia de empleo. Mejoras incluso más allá de lo estimado en el déficit fiscal y de cuenta corriente, asuntos que han permitido que la tasa de cambio corrija su aumento. Todo lo anterior sumado a un crecimiento, que si bien cayó como estaba previsto, lo hace en una menor proporción de lo inicialmente planteado y finalmente un buen comportamiento en inversión extranjera.
En el terreno de lo que genera inquietud sobresale una transición energética que ni opera ni es clara, con severos riesgos de apagones regionales a futuro y salidas de inversiones, la caída en la inversión empresarial y resultados malos en industria, comercio, infraestructura y vivienda. Pero quizás lo más preocupante es que luego del enorme esfuerzo fiscal, la ejecución es la peor en 22 años, asunto que no es menor de cara a los objetivos sociales.
El reto es ahora hacia adelante. Primero buscando más ambición en el crecimiento, y en segundo lugar el reto de cifras fiscales que anuncian que la senda de ajuste fiscal (disminución) no va a continuar y que la deuda en relación al PIB va a aumentar fruto de lo anterior. Preocupan también la falta de claridad sobre la certeza y viabilidad de ingresos fiscales según el Comité Autónomo de Regla Fiscal, y los cambios abruptos en las cifras (a manera de ejemplo el servicio a la deuda pasa de 120 billones en el marco fiscal de junio a 95 billones hoy y seguramente en la discusión del congreso seguirá bajando para atender más inversión pública).
El mensaje general es buenos avances en lo macroeconómico, a nivel sectorial y de ejecución todavía lunares y la urgencia de no ceder en la ortodoxia fiscal, con ambición de crecimiento, para enviar mensajes de confianza a los mercados. Viene un segundo año de mucha finura económica donde ya no habrá ¡vientos en popa!
*Rector Universidad EIA
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