Balance emocional, no equilibrio | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Junio de 2023

Un cuerpo en equilibrio está muerto.  Desde las ciencias de frontera -la física y química cuánticas, así como la biología molecular- sabemos que somos sistemas abiertos, vivos, de no-equilibrio.  Cuando él llega, estamos en estabilidad eterna: morimos.

No es necesario ser tan sofisticados: mientras estamos con vida, nos movemos. Todo se mueve en nosotros, desde nuestros órganos internos hasta nuestros pensamientos y emociones. Basta con mirar un gráfico de electrocardiograma para darnos cuenta de que un corazón que late se registra con movimientos ondulatorios secuenciales, mientras que uno que ha cesado sus funciones se plasma en una línea horizontal, sin variaciones.  Llegó al equilibrio. 

Si hemos de hablar de equilibrio, es preciso ponerle un apellido y comprender que se trata de un equilibrio dinámico. Ese dinamismo está en los mares, el viento y los ecosistemas, que se autorregulan constantemente: por ejemplo, cuando varía la relación entre predadores y presas para que la vida continúe. ¡Siempre hay movimiento! De lo que se trata es que se dé en forma armónica, sin oscilaciones dramáticas ni parálisis que lleven al colapso. Eso mismo puede ocurrir con nuestras emociones, cuya etimología es justamente el movimiento.

¡Podemos mantener nuestras emociones balanceadas! Como estamos vivos, es imposible tenerlas en equilibrio. Sí es factible modularlas, contenerlas para no estar sometidos a una montaña rusa continua que nos impida la tranquilidad, nos robe la paz y nos lleve a vivir en conflicto constante con nosotros y los demás.  Así como los ecosistemas se balancean desde la auto-regulación, nosotros también podemos auto-regularnos, para que –responsablemente- nos procuremos una existencia mucho más fluida.

¿Cuál es la emoción que más experimentas?  Puede ser miedo, mayormente relacionado con algo que pueda suceder en el futuro, que aún no pasa, pero que nos mantiene en zozobra.  Asco, esa repugnancia por alguna situación pasada o presente.  Ira, con el resentimiento por eso que ocurrió y que aún nos afecta.  Sorpresa, por una situación inesperada en medio de la incertidumbre.  Felicidad, esa exaltación momentánea que nos puede cegar y que vanamente anhelamos perpetuar. O tristeza, con la frustración que impide aceptar la vida tal como es. 

Por ello hemos de cuidar los mensajes que recibimos, que por lo general nos mantienen entre la amenaza, que acrecienta el miedo, y el placer, con la promesa incumplida de felicidad eterna; ahí somos fácilmente manipulables. Si bien tenemos el derecho a experimentar todas las emociones, también la responsabilidad de acotarlas, moderarlas. Eso es alcanzar el balance emocional, con un movimiento oscilante que nos permita sentir sin que el sentimiento nos cueste la vida.  En esto consiste mi trabajo, en apoyarte a que integres y trasciendas tus emociones, logres ese balance y pases de sobrevivir a vivir.

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