Creo adivinar el desconcierto en el cuartel general del PP al conocerse que el presidente norteamericano, Joe Biden, recibirá el próximo día 12 al presidente español, Pedro Sánchez, en la Casa Blanca. Porque ese día 12 comienza oficialmente la campaña electoral española de las municipales y autonómicas, que Sánchez pensaba, creo, inaugurar en Barcelona y en Sevilla, con ese don de la ubicuidad que nos tiene, a los observadores y cronistas, pasmados. Pero ¿Qué mejor 'photo opportunity' en esa jornada que la de Sánchez sonriéndole al hombre más poderoso del mundo en el despacho oval y viceversa, recibiendo la sonrisa y el abrazo de ese hombre? ¿Conocen los asesores de Biden el valor de ese guiño? Pues claro que sí: menuda embajadora tiene en Madrid...
A Pedro Sánchez hay que reconocerle algunas cosas que sus detractores absolutos le niegan. Una de ellas es que ha sabido mejorar las relaciones con Washington desde aquel sonrojante 'paseo de los veintinueve segundos'. Desde entonces, Sánchez se ha convertido en el adalid de la hostilidad occidental hacia Putin, ha hecho méritos para ser algún día secretario general de la OTAN y, lo más importante, ha propiciado con Marruecos el giro sobre el Sahara apetecido por la Secretaría de Estado norteamericana. Y ese, además de las 'facilidades de paso' en Rota y otros favores menores, ha sido su mayor mérito ante Biden.
Puede que esta visita a la Casa Blanca, milimétricamente calculada en las agendas (estas cosas no se hacen así como así), sea una suerte de recompensa a una 'lealtad' de Sánchez que le ha costado bastante cara a nivel de la política interna. Pero el presidente español todo lo fía ahora a la ayuda exterior: espera mucho de la presidencia española de la UE, precisamente en la recta final de la Legislatura, y siempre amparado por su buena sintonía con Ursula von der Leyen, con Macron, con el canciller alemán y con los países nórdicos; hay que reconocer al viajero de La Moncloa que se ha trabajo las relaciones internacionales bastante mejor que sus antecesores. No cabe, y sería un error, desconocerlo.
Tan seguro está de sí mismo, digan lo que digan las encuestas, que se permite un enfrentamiento cada día mayor con sus 'socios' de coalición, Unidas Podemos, donde ha logrado introducir una cuña del grosor de Yolanda Díaz. Sabe que, si lo necesita, en última instancia lograría, pese a todo, reeditar el gobierno Frankenstein con Esquerra, el PNV, Bildu y, si se tercia, hasta Junts per Catalunya. ¿Hacen falta más ingredientes, encima con un PP algo desconcertado, para hacer feliz su permanente estar en campaña, que pasa estos días desde las aguas de Doñana a Toledo, donde ni se encontrará con su 'crítico interno' (con sordina) Emiliano García Page?. Tan fuerte pisa que ni pensaba estar en el Congreso cuando se aprobase, a su favor, la reforma del 'solo sí es sí', que tan descolocada tiene a su autora Irene Montero, convertida en una pesadilla de tono menor, aún tolerable, para el resto del Ejecutivo 'sanchista'.
No, digan lo que digan las encuestas, no den por muerto a Sánchez, por muy antipático que les caiga, por muy prepotente que se muestre, por muchas tropelías que cometa en orden a la pureza democrática que muchos anhelamos. A Biden sí le gusta. Y Biden, por mucho que a Trump y a Putin les moleste, manda mucho. Y está en campaña (española, of course).