Saber leer no se limita a la capacidad para comprender palabras, planos, partituras o las manecillas del reloj. La vida misma es un texto múltiple, que nos da claves para su lectura e interpretación: un biotexto.
Tal vez lo más interesante de los biotextos es que podemos leerlos sin saber que lo estamos haciendo. Desde el vientre de nuestra madre aprendemos a relacionarnos con la vida de maneras inconscientes, a identificar señales a través de todos nuestros sentidos. Aprendemos paulatinamente a reconocer palabras y lo que denotan, a saber quién nos quiere y quién no tanto, a hacerle caso a nuestro cuerpo. De pequeños estamos en conexión absoluta con todo y con el Todo, pero a medida que crecemos esa conexión se suele debilitar como fruto de la racionalidad excesiva. Claro que somos seres pensantes, pero también sintientes, amantes, interactuantes.
El pensamiento moderno, sin duda útil para el avance de la consciencia, paradójicamente se ha convertido en una cárcel que nos reduce a la cabeza, cercenándonos el cuerpo: nos encerramos en lo que podemos medir y evaluar, desconociendo otras dimensiones fundamentales de la existencia y las cuales la racionalidad no puede explicar.
Hay textos vitales que trascienden a la razón. Una mirada, un vacío en el estómago, una respiración entrecortada, un accidente… Los biotextos están llenos de fenómenos que se manifiestan en medio de la incertidumbre; si recuperamos la capacidad innata para reconocerlos, leerlos e interpretarlos, la vida nos revela muchos más significados de los que estamos habituados a registrar. La intuición, esa facultad que nos permite comprender instantáneamente lo que ocurre, ha sido subvalorada. Todos los seres humanos podemos intuir, conectarnos visceralmente con la realidad. Las abuelas hablaban de pálpitos, tal vez porque estaban acostumbradas a sentir en el pecho algo inusual que las alertaba sobre la conveniencia o inconveniencia de una decisión. Se limitó la intuición al ámbito femenino, visto de segunda -cuando no de quinta- por la visión patriarcal de la vida. La intuición como capacidad natural para leer los biotextos se fue menospreciando y estigmatizando. Ni qué decir de lecturas a través de herramientas como el tarot, las runas o la astrología, que como dan cuenta de aspectos de la realidad que no se pueden leer desde la razón, son negadas por esta.
Además de aprender a leer la realidad desde diferentes perspectivas, que por supuesto incluyen las derivadas de la racionalidad, necesitamos aprender a hacerles caso. Para hacer honor a la verdad, muchas personas leen los biotextos con herramientas no avaladas por la ciencia moderna -que valga decir no es la única ciencia-, pero no lo aceptan en público por temor a parecer irracionales, léase locos. Por fortuna, todos los seres humanos tenemos algo de “locura” y nos podemos dar el permiso de relacionarnos con los biotextos de múltiples maneras. En la medida en que aprendamos a valorar y ponderar la información que nos llega por la intuición, las sensaciones corporales, los sueños, lograremos relacionarnos con nosotros mismos como una totalidad inmersa en totalidades mayores.
La vida es compleja, no solo lineal. Si nos reconocemos en todas nuestras dimensiones, podremos tomar decisiones más asertivas y acertadas, vivir con plena confianza en la existencia.