Caídas | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Enero de 2019

Para caerse basta con estar de pie, así como para morir es suficiente estar vivo. Por ello es preciso cuidar los pasos, tanto los físicos, como aquellos que damos con los sentipensamientos. 

 

La vida está marcada por la incertidumbre, esa fiel compañera que nos sorprende en cualquier momento con la emergencia de lo inesperado. Por más esfuerzos que hagamos para controlarla, la existencia misma es incierta, así hayamos hecho juiciosos ejercicios de planeación incluyendo las contingencias. Sí, podemos acotar la incertidumbre, pero no evitarla, pues se escapa de nuestro alcance determinar con precisión lo que ocurrirá, si bien disponemos de herramientas que nos permiten reconocer si para aquello que anhelamos hay factores favorables o no. 

 

Caminando por la calle podemos tropezar con todo tipo de obstáculos, desde una pequeña piedra que rodó quién sabe desde dónde, hasta con el vehículo de un conductor imprudente que no respetó el andén; pueden caer ramas de los árboles o desprenderse algún objeto pesado de un edificio. Todo ello ocurre, aunque algunas situaciones puedan rayar en lo absurdo; hace muchos años iba transitando por una acera y desde un quinto piso cayó el marco de una ventana, con todo y vidrio, a solo unos metros al frente de mí.  Esa es, justamente, la incertidumbre. 

Ocurren situaciones similares con aquello que pensamos y sentimos. De repente, entre momentos de calma emocional o como resultado de un proceso crónico, nos encontramos inmersos en estados de ánimo insospechados.  En medio de una conversación seria puede surgir un comentario que genera hilaridad y nos conecta con una risa incontenible, aparentemente inadecuada pero que nos recuerda nuestra humanidad. También puede ocurrir que en el marco de una celebración en la que supuestamente todo es alegría aparece una discrepancia que echa a perder la fiesta. Cada instante trae algo nuevo, a veces de acuerdo con lo que se espera y desea, en múltiples ocasiones con lo que no. 

No deseamos resbalar ni caer, pero ocurre. Trastabillamos emocionalmente cuando a partir de un hecho, externo o interno, desarrollamos enfado, miedo, malestar, angustia, dolor o una mezcla de ellas o todas. No nos da rabia, sino que la hacemos, de la misma forma en que no nos da gripa, sino que la desarrollamos.  Hacernos cargo de nuestras caídas emocionales, con sus correlatos de pensamiento, nos permite salir más rápido de las crisis, de esos problemas que nos permiten aprender. 

Aunque está de moda no hablar de problemas, sino de desafíos o retos, lo cierto es que cada problema conlleva solución, pues de lo contrario sería un imposible. Más allá de la forma en que los llamemos, la clave está en no identificarnos con ellos sino en ponernos un nivel más arriba para, con otra perspectiva, construir las soluciones y levantarnos tras la caída. 

Caímos, caemos y caeremos: así está diseñada la existencia.  Cada caída tendrá sentido en tanto que aprendamos de ella y acumulemos experiencia. El problema no está en resbalarnos y caer sino en no comprender para qué caímos.