A pocos les fue tan bien este año que se va como a Crescencio Salcedo a quien le dejó, al menos, según su canción, una yegua blanca –color de la esperanza- pues al resto de los humanos nos legó, además de los inevitables fallos en la salud -propios de la tercera edad- un fuerte dolor de Patria por haber tenido que soportar un nuevo año del peor gobierno de la historia de este país.
Tan largo cuatrienio, que desde que comenzó estamos en modo campaña electoral, contando los días horas y minutos para que le llegue “el cambio al cambio” y exista nuevamente un mañana, una esperanza para un país que trata de salir del subdesarrollo dentro del marco de la democracia, sin retrocesos, sin brincos, sin corcoveos, eventos bruscos que amenazan con dejarnos sin yegua y sin jinete.
No hay día en que nos despertemos alarmados con nuevas y peores noticias en materia de orden público, de orden institucional, cuando el alto gobierno se enfrenta a las demás ramas del poder público, se vuelve agresivo, impulsivo -y repulsivo- y aterrizamos, de la mano sabia del Dr. Moisés Wasserman, repasando el Manual de Desórdenes Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría y él -sin mencionar al paciente- nos ayuda a entender que existen unos seres humanos que se creen superiores, son egocéntricos, padecen delirios de persecución y de grandeza, reaccionan con rabia a las críticas, exageran sus logros y talentos propios, menosprecian los sentimientos de los demás, suelen tener complicaciones como alcoholismo o consumo de drogas, ansiedad, trastornos de ánimo y problemas en las relaciones interpersonales. Para definirlo con nombre propio, estamos frente a un cuadro de trastorno de personalidad paranoica.
Mala hora la que nos tocó vivir con este paciente en funciones de jefe de Estado. Me he puesto a reflexionar por estos días de Adviento sobre el tema y he llegado a la conclusión de que estamos frente a un repertorio de pruebas que nos ha puesto Dios. Leo que hay tres tipos de ellas: tipo 1, las que provienen de nuestros propios pecados o errores; tipo 2, las que suceden porque este es un mundo caído, lleno de enfermedades y personas caídas y, tipo 3, la de que Dios está dispuesto a que experimentemos, porque desea que progresemos. Las mismas Escrituras enseñan que Dios no dejará que suframos pruebas más duras de lo que podemos soportar y es por ello que, cuando llega el tanteo, Él nos da la manera de superarlo.
El Nuevo Testamento relata que Jesús es ejemplo vivo del padecimiento de ellas y que estuvo “quieto en primera” en tiempos de severas penurias: resistió las tentaciones de Satanás en el desierto; luchó en oración la noche antes de Su muerte, y padeció un juicio ilegal, con sufrimiento inaguantable y una terrible muerte en la cruz, y aun así permaneció incólume, fiel al plan que le tenía diseñado Su Padre. Y ni qué decir de las penurias que Dios le impuso a Job para comprobar su integridad, al permitir que Satanás le quitara su riqueza, sus hijos y lo llenara de dolorosas enfermedades, y como Job se mantuvo firme en la fe, al final Dios le restauró su fortuna y lo bendijo más que antes.
Post-it. Así nos comportaremos los colombianos frente a esta prueba “pétrea” (ninguna inocentada): pacientes y serenos, pero firmes. Seremos un solo y enorme Job para cambiar “el cambio” en el 2026 y entonces el Todopoderoso nos dirá: “prueba superada, mijitos”.