Lo que está en juego en las elecciones presidenciales de hoy es mucho más que una simple decisión entre el centroizquierda y la derecha. (Sí, no es entre izquierda y derecha, como muchos quieren hacer creer y muchos más creen.) Más allá de lo evidente, los gestos, las formas -los cuales se percibe sin mucho esfuerzo- lo que está sobre la balanza en este punto crucial es un cambio de paradigma, el modelo desde el cual comprendemos la vida y el mundo, que por supuesto se manifiesta en la política, las concepciones de estado, ciudadanía y poder. Los cambios generan resistencias, tanto en lo individual como en lo colectivo. Lo cierto es que el cambio es una constante en la existencia y ocurre a pesar de nuestros propios deseos de continuidad. El paradigma científico que ha imperado en los últimos quinientos años ha sido eurocéntrico y antropocéntrico. Los valores prevalecientes son los europeos, trasladados a Norteamérica, que por otro lado están centrados en el ser humano como rey de la creación. Ah, claro, el hombre; la mujer, invisible.
Los períodos históricos tienen un correlato en la evolución de la consciencia. A ese período moderno -que no debe confundirse con lo contemporáneo-, dominado por la razón como el máximo logro del hombre corresponde un estadio de consciencia que solo reconoce lo medible y cuantificable, que crea riqueza con base en el poder de las armas: extrae lo mejor que le pueden dar las mujeres, un gran número de hijos, así como lo mejor que puede darle la Tierra, sus recursos naturales, que parecen inagotables. Tras la Revolución Francesa, que pregonó libertad, igualdad y fraternidad, prevalecieron las monarquías cuyos reductos de poder alcanzaron el siglo XX. No hemos sido capaces de lograr ni equidad ni solidaridad, pues ello implica que quienes han concentrado la riqueza durante siglos detengan su ambición. Esas son las derechas que no quieren perder el poder.
En el siglo XX se empezó a producir, lentamente, un cambio de paradigma. La emergencia de la física cuántica haló una nueva comprensión del mundo: existen más fenómenos que los perceptibles a primera vista, hay múltiples miradas sobre la vida y el ser humano interactúa con la naturaleza, de la cual hace parte. Ya hemos alcanzado nuevos derechos y avanzamos hacia el respeto a los ecosistemas y el desarrollo de aprendizajes colaborativos. La posmodernidad, con todas sus paradojas, ha permitido que sean reconocidas las diferencias y valoremos las energías limpias; que repensemos la tenencia de la tierra, apreciemos el cuerpo -desde el poder de cada persona para administrar sus procesos de salud y enfermedad- e integremos las emociones; que resolvamos los conflictos en formas diferentes a la guerra y desarrollemos nuevos sistemas de justicia. En esa postmodernidad, evidentemente, sobra lo hegemónico.
Hoy definimos si acogemos una postmodernidad incluyente que retorna el poder a la gente o nos devolvemos a un pasado de exclusión y hegemonías. Ojalá triunfe la Colombia Humana y cambiemos de paradigma. ¡Podemos hacerlo posible!