No puedo iniciar esta columna sin agradecerle a El Nuevo Siglo y a su Director esta invitación a escribir periódicamente una columna de opinión. Desde mi infancia crecí con EL SIGLO en mis manos y en mi memoria están presentes los debates familiares sobre política y las noticias diarias, en las que siempre estaba la línea de opinión del periódico. Hoy para mí es un enorme honor poder escribir periódicamente esta columna. Mi padre, el más fiel lector de EL SIGLO, estará desde su morada eterna muy orgulloso de ver mi nombre en este diario.
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Las lecciones del Caguán
Hoy, cuando la paz vuelve a estar de moda, sorprende que siempre los primeros comentarios acaban en un lugar común: “¡Ojalá esto no sea como el Caguán!”
No me aparto DE que esta afirmación duela en lo personal a quienes dedicamos todos nuestros esfuerzos y parte de nuestra vida a intentar que la paz llegara. “El Caguán”, como se le dice al más grande esfuerzo por alcanzar la paz, no es el demonio ni fue la hecatombe que la ultraderecha pregona.
Yo, como uno de los protagonistas de esa parte de la historia, haría mal en no reconocer que hubo errores. Desde luego que los hubo. Pero más que errores hubo honestidad de parte del Gobierno y un interés puro, sincero y legítimo de buscar la paz. Queríamos lograr la paz, pero eso dependía también de la guerrilla. Otros factores de cambio sólo dependían del Gobierno.
Es cierto que la paz no se logró, pero “El Caguán” partió la historia del conflicto en dos. Este no fue simplemente un proceso de negociación, sino que involucró una estrategia integral que cambió el rumbo de Colombia.
Cuando el “Caguán” estaba por empezar, Colombia tenía un futuro oscuro: La economía entraba en la peor crisis de la historia; las Fuerzas Militares y de Policía habían sufrido las peores derrotas de 50 años de conflicto y la sociedad había perdido la fe en ellas; las relaciones internacionales estaban totalmente resquebrajadas; por los problemas de derechos humanos nadie nos vendía equipos para el combate ni armas necesarias para la confrontación que estábamos viviendo; la sociedad estaba polarizada a raíz del tenebroso escándalo del Proceso 8.000, pero a la vez clamaba por una salida negociada al conflicto.
¿Cuando “el Caguán” terminó, qué dejó como lección? Esta comparación nos va a mostrar unas enseñanzas bastante claras.
En lo económico: la inflación había bajado a 1 dígito, el desempleo había iniciado su descenso, la devaluación estaba estabilizándose, los sectores financiero y cooperativo se habían salvado, las calificaciones internacionales de Colombia mejoraban y el crecimiento había vuelto a ser positivo.
En lo militar: Pasamos de 2.000 a más de 50.000 soldados profesionales; de 2 a 20 helicópteros de combate; de 20 a casi 100 helicópteros de transporte; llegó el Plan Colombia; se cambió la estrategia de lucha contra la guerrilla y jamás pudieron hacer de nuevo grandes ataques masivos; la Inteligencia empezó a ser el arma más eficiente; las Fuerzas Armadas recobraron su legitimidad; la sociedad volvió a creer en su Ejército y en la Policía; nuestros militares volvieron a ser respetados en el mundo y las quejas por violaciones de derechos humanos prácticamente desaparecieron. Y la lista podría seguir…
En lo internacional: Colombia volvió a ser respetada en el concierto internacional; todos los grandes foros internacionales apoyaron al país en sus esfuerzos de paz; EE.UU. volvió a certificarnos en Derechos Humanos y en Lucha contra el narcotráfico; el mundo entero les cerró las puertas a los grupos guerrilleros; las relaciones con EE.UU., Europa y los vecinos llegaron a uno de los mejores momentos; pero sobre todo, Colombia volvió a ser vista con la dignidad y el respeto que se había perdido.
En la paz: el mundo y Colombia se dieron cuenta de cual era la guerrilla que teníamos; las Farc, el Eln y las Auc quedaron en las listas de terroristas del mundo; la guerrilla perdió todo apoyo internacional y nacional; retrocedieron 10 años en su estrategia y quedaron con la más importante derrota política. Pero sobre todo, perdieron la más grande oportunidad de hacer la paz.
Podría extenderme en más razones y comparaciones para demostrar que en los tiempos del Caguán, aunque no se alcanzó el propósito, sí se logró el mayor cambio en muchos años de historia y todo ello gracias a la búsqueda sincera de la paz.
Aquellos que tanto le apuestan a la guerra y que con mezquindad han desconocido todas estas buenas experiencias que dejó la búsqueda de la paz, deberían dejar de lado el adanismo y darle ahora una nueva oportunidad a la paz.