El desierto resultó ser más grande de lo que imaginábamos. Nos decían, aunque nadie tenía certeza, que quizás en tres meses estaríamos llegando a tierras que manaban leche y miel. Pero no ha sido así. No se ve en el horizonte ningún signo cierto de que estemos llegando a verdes praderas, de pastos abundantes y aguas cristalinas. Y, sin embargo, hay que seguir caminando.
Nos decían que el desierto más grande era el del Sahara. Pero no. Es el del Covid-19. El camino ha resultado extremadamente largo. La multitud está algo fatigada y ha debido dejar en el camino a quienes han sucumbido en la prueba. Los profetas del desastre y los de la esperanza ya no saben qué decirles a los caminantes para que no decaigan y continúen su marcha. Pero todos juntos, los seres humanos, resultan ser demasiados pies, corazones y mentes, como para que otro sol canicular de la historia los detenga. Sigue la marcha, un poco más lenta, pero avanza por el sendero de la historia.
Y el camino es largo. Eso ya está claro. Lo suficiente para poder pensar cuál será la mejor manera de recorrerlo hasta que la liberación final nos sea dada. Quizás lo primero sea caminar sin prisa. Como aquel campesino que todos los días atraviesa montañas para llegar a su sembradío. Paso lento para no agotar rápidamente la energía. Y, en la mochila, lo esencial únicamente. Este largo camino nos constriñe a ocuparnos de lo esencial, a no deshacernos en tareas de ninguna importancia. La mirada puesta en el horizonte, la mente disciplinada y centrada en producir las mejores ideas para avanzar, los ojos fijos en el camino borroso del desierto. Y caminar cogidos de la mano. En la fatiga se puede delirar o se pueden ver espejismos. El miedo nos puede hacer huir del mismo miedo. Pero si vamos tomados de la mano, los más fuertes y lúcidos, serán capaces de ser los pies y los ojos de los débiles, hasta que el sol decline un poco. Y no temer al cansancio ni a la esperanza debilitada. Es lo normal cuando se cruza el árido desierto. Temerle a querer regresar por un camino que el viento borra apenas sí levantamos la planta del pie de la arena.
Nos habíamos convertido en una especie estacionada. Ya no caminábamos, aunque sí volamos, navegamos. Pero fuimos creados para caminar, esencialmente, y ya poco lo hacíamos. Miles de años permaneció la humanidad caminando. De hecho, las gestas de liberación fueron casi siempre grandes movilizaciones, nunca fueron creaciones de un despacho enmaderado con cuadros de cacería de zorros. Ahora nos duelen los músculos del alma y los del espíritu. La mente está como enfebrecida. El Espíritu se agita en nuestro interior. Todos son signos de lo que hay dentro de cada ser humano y que ahora está llamado a emplearse a fondo. Es decir, hay suficientes recursos para recorrer el camino. Y el camino es largo. Cuarenta años duró Israel en el desierto hasta llegar a la tierra de promisión. Tuvo fe, anhelaba la libertad, tuvo Moisés, tuvo Dios. Los caminos largos y por el desierto también se pueden recorrer hasta el final. Ánimo.