Con bastante frecuencia confundimos la fiebre con la enfermedad. Una cosa son los síntomas y otra la que los generan: bajar la temperatura sin atender a lo estructural no sirve de mucho.
Vivimos en Latinoamérica momentos bastante interesantes, que de acuerdo con la perspectiva con la cual miremos pueden generar miedo o esperanza. Los grupos de derecha ven una amenaza para sus intereses en lo que está ocurriendo; razón tienen. El sistema económico de Occidente está haciendo agua, pues un modelo que perpetúe la inequidad, que profundice las brechas sociales, que concentre la tierra y la riqueza en manos de unos pocos, que pase por encima de los ecosistemas pues solo ve en ellos cotos de caza, no resulta sostenible. Lo que está en juego no es la supervivencia del planeta, pues la Tierra va a seguir existiendo con o sin humanos; de lo que se trata es de continuar como especie, lo cual será imposible desde modelos económicos, sociales y políticos que favorezcan la segregación y la exclusión.
Los modelos socialistas tampoco han sido la solución, si bien desde la centro-izquierda se han venido proponiendo alternativas que promueven más solidaridad e inclusión. Pero en esa orilla, que tiene una mirada ecológica bastante más comprometida que en las derechas, también se han violado los derechos humanos y se ha homogenizado por lo bajo. Todo ello es prueba de que como especie nos falta aún mucho por aprender: no hemos encontrado aún la ruta para que todos sin excepción vivamos plenamente como humanos. Se nos olvida que somos pequeños, que este cuerpo celeste en el que estamos es un prekínder existencial y que es en realidad un laboratorio de experimentación para el desarrollo de la consciencia. Vamos aprendiendo a punta de ensayo y error.
El caos en ciudades como Santiago, Cochabamba, Cali o Bogotá es un síntoma de enfermedades con las cuales aún no sabemos relacionarnos. Esas dolencias son fruto de la desconexión esencial con la vida, con el amor como fuerza rectora, de la segmentación entre unos y otros, de las emergencias del ego que no hemos aún logrado integrar y trascender. Claro que en el modelo económico hay avaricia, claro que nos invade la vanidad de tener cada vez más y mostrarlo como prueba de éxito; claro que la lujuria nos impulsa a llevar la pasión al máximo y a conquistar a sangre y fuego –literalmente- lo que creemos nos pertenece por derecho propio, pasando por encima de los demás. Claro que hay ira entre los que menos tienen, pues han tenido menos oportunidades y si lograron algún nivel de escolaridad es de pobres para pobres; claro que hay envidia ante la ostentación ajena y el sentimiento de exclusión. Claro que hay miedo ante la incertidumbre.
Las expresiones del caos, que vemos en las calles, las redes sociales o a través de los medios de información son un llamado a elevar la consciencia, a que desde los ámbitos político, económico, educativo, cultural, jurídico, ecológico, financiero y comercial sembremos semillas de unidad. La imperfección caótica nos evidencia que requerimos cambios estructurales para alcanzar nuevos órdenes. La salida no es de derechas, centro o izquierda. Es hacia arriba.