En pleno siglo XXI hay una peligrosa tendencia que está favoreciendo a los gobiernos autocráticos y dictatoriales. Se destacan en ese panorama los tiranos del tipo de Nicolás Maduro en Venezuela y de Donald Trump en los Estados Unidos de América. Son personajes acostumbrados a imponer su santa voluntad, en detrimento de las instituciones.
Comencemos con nuestro vecino. Si no fueran tan alarmantes y peligrosos los lamentables episodios que casi a diario protagoniza su dictadura en relación a nuestro país y nuestro presidente, sería cosa de no tomarlo en serio. Pero, infortunadamente su cercanía y su obsesivo encono anticolombiano deben ser materia de alerta y preocupación para Bogotá y nuestras regiones fronterizas.
Es evidente que Duque debe andar con pies de plomo y cabeza fría para no dejarse “torear2 por este desquiciado, que lo único que pretende es crear y atizar un conflicto nacionalista que le permita permanecer en Miraflores. Maduro sabe que esta sería una tabla de salvación para convocar los demonios dormidos de sus compatriotas.
Pero lo delicado es que cada día que pasa se agrava el problema. La masiva migración de más de un millón de venezolanos a nuestras principales ciudades, está causando una gran escasez de abastecimientos y graves problemas de salud. Colombia hace bien en invocar la solidaridad continental para hacerle frente a este éxodo. Si la ONU, la OEA, y la Cepal no intervienen prontamente, el problema podrá tomar dimensiones inmanejables.
De similares proporciones, pero quizás de mayores consecuencias, el señor Trump ha creado una crisis a lo largo de la extensa frontera de su país con Méjico. Alegando “la urgente necesidad de preservar la seguridad nacional2 el intonso inquilino de la Casa Blanca ha llevado la intranquilidad a millones de hogares mejicanos. Como si esto fuera poco, estas medidas han producido la total parálisis del gobierno federal, la más larga de la historia estadounidense. Ahora ha pedido facultades especiales para superar el veto parlamentario y para el efecto ha declarado una emergencia nacional. Para los analistas todas estas maniobras han destruido la confianza mutua entre los poderes, que es indispensable para poder gobernar sin sobresaltos.