Carlos Holmes Trujillo G. | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Abril de 2016

Réquiem por la moción de censura

 

LA promulgación de la Constitución de 1991 significó convertir en realidad institucional la esperanza de corregir evidentes debilidades de nuestro sistema, así como crear nuevos espacios de participación para todos.

Uno de esos objetivos fue garantizar el equilibrio de poderes mediante el otorgamiento de más herramientas de control político al Congreso.

Se buscó, con el mismo propósito, amortiguar la capacidad apabullante del Presidente de la República, cuyas atribuciones dieron lugar a que algunos expertos, Manuel José Cepeda, por ejemplo, calificaran al Jefe del Estado como un “semidios”.

Gobernaba y legislaba acudiendo al estado de sitio, nombraba a los Gobernadores y a través de ellos incidía en la designación de los alcaldes, tenía la potestad de definir los nombres de los directores de los institutos, en fin, no se movía nada sin su voluntad.

Por esa razón, una de las motivaciones fundamentales de la Asamblea Nacional Constituyente fue darle relevancia renovada al Poder Legislativo y ponerle nuevos límites al poder presidencial.

Con ese fin se aprobó la moción de censura.

¿Qué ha sucedido desde aquel año?

Pues que ninguna de las que se han presentado ha prosperado.

Estamos hablando, en total, de 23.

Tres durante el Gobierno de César Gaviria, cuatro en la administración Samper, cuatro en el cuatrienio de Pastrana, diez en los dos mandatos de Uribe y dos durante los primeros cuatro años de Santos.

¡Óigase bien!

De 23, ni una sola prosperó.

Y no importa cual era la realidad política durante los distintos periodos constitucionales.

En todos los casos, sin excepción, el Ejecutivo ha tenido la capacidad de constituir las mayorías necesarias en el Congreso para lograr que sus Ministros salieran airosos.

El debate sobre las razones que han incidido en el balance que se menciona incluye distintos argumentos.

Que lo que sucede es que se trata de una institución propia de los regímenes parlamentarios y no de los presidenciales, plantean algunos analistas.

Otros afirman que, en la práctica, los  Congresos han buscado evitar el debilitamiento de la cabeza del Ejecutivo.

No faltan, de otro lado, los estudiosos que creen que todo obedece a las deficiencias de la reglamentación de la moción de censura, que la convierte en inviable.

En fin, hay opiniones para los gustos más variados.

Sin embargo, la evidencia indica que las cosas son como son, en virtud de la capacidad de cooptar al legislativo que tiene el Ejecutivo.

Por esa razón, siempre, y, bueno es repetirlo, con independencia de la realidad política, los Gobiernos de turno han sido capaces de construir la coalición necesaria para impedir que los parlamentarios tumben a uno o varios de sus ministros.

En estas condiciones, ¿vale la pena conservar una institución ineficaz?

No hay razón para mantenerla.

Mientras las circunstancias que hacen posible la injerencia del Ejecutivo sobre el poder que teóricamente lo controla sigan existiendo,  mantener  la moción de censura dizque para dar lugar a debates que informen sobre la gestión del Gobierno es inconveniente.

Lo que el país necesita es un verdadero equilibrio de poderes, para que el sueño de la rendición de cuentas y el control no sea una fábula constitucional sino una realidad que le de credibilidad al sistema.

Primero lo primero.

Mientras tanto  los invito a la misa de réquiem por la moción de censura.