La desvergüenza del poder
Desde las altas cumbres del poder descienden los repugnantes olores de la corrupción, el abuso, el aprovechamiento del Estado. Sí, desde la Rusia de Putin hasta la China de los nuevos mandarines; desde la Italia de Berlusconi hasta la colina vaticana; desde el distrito financiero de Londres hasta los amos de Wall Street; desde la dictadura sangrienta de Siria hasta la mascarada de la Venezuela neo-bolivariana, son patéticas las acciones para aferrarse al mando, para meterse en los bolsillos dineros públicos, para imponer gobernantes, para ignorar la voluntad popular, sojuzgada por bayonetas o distorsionada por populismos.
Entre nosotros, el espectáculo está a nivel de la decadencia de los tiempos: tanto los falsos positivos como la confesión inusitada de Santoyo, nos hace preguntarnos ¿en qué manos hemos estado? Tanto la intolerancia de los tolerantes como la turba indígena que maltrata a los soldados del orden, nos hace preguntarnos, ¿hacia dónde vamos? ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? Tanto la desidia de los funcionarios como la corrupción general nos hace preguntarnos ¿lograremos algún día niveles superiores de desarrollo? ¿Con instituciones descaecidas y desprestigiadas encontraremos la democracia eficaz que derrote tanto al terrorismo como a la desigualdad?
Con la misma preocupación miremos ahora los acontecimientos del terruño. Además de tres exgobernadores condenados por parapolítica, Sucre tiene el campeonato de pérdidas de investidura. A 8 de sus congresistas el Consejo de Estado se ha visto obligado a quitarles la curul. Esta misma semana se sentenció la pérdida de la suya al representante Héctor Vergara Sierra, según la prensa, porque su padre era Secretario de la Alcaldía de Sincelejo en plenas elecciones.
Peor aún la clase política no aprende de las lecciones recibidas. Con ilusión y esperanza se eligió al actual gobernador Guerra Tulena. Decía que a sus 78 abriles sólo quería servir bien a Sucre. Y los sucreños le creímos. Aunque era un cambio deseado, era un salto al pasado, que su personalidad y su trayectoria nacional lograron opacar. Sin embargo, a los pocos días de su posesión se activó la candidatura de su hijo para Senado, por lo que los actos de su gobierno se analizan a través de la lupa de la campaña familiar. Y… empezó la desilusión colectiva.
No se trata de polemizar sobre los derechos de un joven e ilustre ciudadano a aspirar al Senado de Colombia. Se trata del comportamiento ético de los gobernantes. Para la Corte Constitucional las inhabilidades tienen como “objetivo primordial lograr la moralización, idoneidad, probidad e imparcialidad de quienes van a ingresar o ya están desempeñando empleos públicos”. Además, está vigente el derecho a la igualdad. ¿Se sentirán otros aspirantes en igualdad de condiciones? Una vieja amistad con Julio Guerra nos permite conservar el optimismo. Sólo pedimos que a Sucre se le cumpla lo ofrecido: Transparencia, progreso, imparcialidad.
P.S.Gran acierto el nuevo Defensor del Pueblo. Otálora es capaz, diligente y probo.