CARLOS MARTÍNEZ SIMAHAN | El Nuevo Siglo
Sábado, 8 de Septiembre de 2012

Los diálogos de la paz

 

El presidente Santos ha sido severo al anunciar el “Acuerdo General para la Terminación del Conflicto”, firmado entre el Gobierno colombiano y las Farc. Ha jugado duro y, a pesar de lo proceloso del camino, ha asumido toda la responsabilidad sobre el resultado de los diálogos. Eso hace inevitable que se asocie el éxito de estos con la reelección presidencial.

Algo había trascendido de esas conversaciones mientras el escenario nacional se llenaba de preocupaciones por el deterioro de la seguridad, por los secuestros, retenes y bombas asesinas de las Farc. La gente teme que la guerrilla vuelva a regiones de las cuales había sido expulsada. A ello se debe que el tema de la seguridad saltara a primer lugar en las encuestas.

En tales circunstancias, dar la noticia del comienzo de las negociaciones es un acto de gran valor político. Es cierto que nada de los riesgos propios del trato entre hostiles le es ajeno a Juan Manuel Santos. En los días del Caguán advirtió la diferencia entre la paz y el apaciguamiento y reclamaba un Plan B como alternativa. “El Plan B, escribía, es la intensificación del uso legítimo de la fuerza del Estado, inclusive con cambios legislativos que hagan esta opción verdaderamente factible”. Consecuente con ese pensamiento notificó, ahora, que no habrá concesiones en el terreno militar y que las operaciones continuarán sin tregua. Lejos está el Presidente de convertirse en rehén de la paz.

Sin embargo, es posible que los acercamientos induzcan a autoridades regionales y locales a congraciarse con la subversión; a que los militares y policías sin fuero, y perseguidos por la Justicia, opten por no disparar y a que las redes de informantes prefieran callar. Son situaciones que deben prevenirse y evitarse con prontitud.

Negar los secuestros y el narcotráfico, contra toda evidencia, y hacer peticiones imposibles, aumenta los prejuicios sobre las intenciones de las Farc. Por eso no hay que correr a ofrecerles curules ni a tildar de enemigos a los críticos del proceso. La sociedad democrática colombiana y sus gobiernos han sido engañados múltiples veces por las Farc. Todo recelo es explicable. Basta con anotar que la alegría de los comentaristas por el mensaje del Jefe de Estado se tornó en fría cautela al oír el aguacero de sofismas de Timochenko, quien demostró cuán anclados en el pasado y cuán distantes del pueblo colombiano se encuentran los directivos de las Farc.

Ahora bien, ante la realidad de las negociaciones, toca ponerle esperanza a la paz. La esperanza es una virtud que nos permite confiar en el futuro y, en nuestro caso, nos permite confiar en el timonel que se ha atrevido a abrirles las puertas a la posibilidad histórica de una paz negociada.

 

***

P.S.:        La postulación de A. Ordóñez por la C.S. de J. es alto reconocimiento a su admirable labor en la Procuraduría.