A esta columna le da título la última obra del destacado historiador Alfonso Múnera. Es una hermosa edición auspiciada por el Grupo Puerto de Cartagena, cuyo gerente, Alfonso Salas, amén de su extraordinaria labor gerencial, se ha convertido en un gran promotor cultural.
Cuando en diciembre pasado llegó a mis manos, amistosamente enviada por Múnera, me puse a leer esta “travesía de cinco siglos” con la ingenua pretensión de comentarla en el espacio de una columna. Imposible hacerlo, pues a medida que se pasan sus páginas va apareciendo una densa biografía de Cartagena, desde sus orígenes hasta estos días tan inciertos como esperanzadores que estamos viviendo. Afortunadamente me encontré con una prosa culta y amena, con datos precisos que sorprende por su ritmo y su belleza. Yo, que he sido lector desordenado de cuanta memoria histórica llega a mis manos, no había encontrado nada similar sino en la Historia del Mundo (Salvat Editores1961) de Juan Pijoan, cuyos cinco tomos me leí en dos meses en los años sesenta del siglo pasado.
Pero, empecemos con el registro de un pequeño hecho de gran trascendencia: Los fundadores de Cartagena construyeron un puente para pasar de la islita Calamarí a las tierras continentales. Tuvieron, desde entonces, toda la extensión de Sur América para explorar y explotar. ¡” …Es el momento iniciático de Cartagena de Indias que la llevará a convertirse en el gran puerto de las Américas, unas décadas más tarde”! (Pág23). ¡Y todo por la atracción de su bahía!
Los jóvenes tienen derecho a saber, dice Múnera con su vena de docente, que Cartagena fue en un tiempo uno de los puertos más importantes para el advenimiento de la nueva economía mundial y, léase bien, para los orígenes mismos del capitalismo. Por su bahía circuló todo el oro y la plata de América lo que, sumado al trabajo de los esclavos, fue determinante para el florecimiento comercial e industrial de la época. Es que el descubrimiento de un nuevo continente hizo cambiar no solo la geografía, sino la concepción del mundo.
Es admirable, por lo noble y quijotesco, el apasionamiento de Múnera por mostrar las fabulosas dimensiones de la ciudad nativa y hacer comprender hoy que, así como ayer, el espíritu bizarro de Cartagena abrirá las avenidas de un porvenir tan inmenso como el mar de los Caribes que la baña. También, el autor alecciona: el porvenir ya no hay que descubrirlo. Ahora, hay que construirlo.
Múnera cuenta, asimismo, que la riqueza de Cartagena y los asaltos de piratas se convertirían en leyenda que, aún en nuestros días, alimentan la imaginación de los turistas que al llegar a la ciudad se han convertido en su nueva riqueza que apenas está por expandirse.
Por cierto, para hacer frente a la piratería creciente, España “creó un sistema de flotas para el comercio con sus colonias y principalmente para el transporte del oro y la plata hacia España” (Pág51) Una de las flotas salía hacia Cartagena y Panamá. “En1589 anclaba en la maravillosa bahía de Cartagena la más grande Flota Comercial en número de barcos que cruzaba los mares de occidente: 94 barcos en total” (Pág52). Así, con ese lenguaje de gesta, Múnera canta la “epopeya de su vieja ciudad”.
Con un salto de siglos admito mi derrota de ensayista ante una obra que tiene la virtud de conminarnos a seguirla leyendo. Cuando inicialmente le di una hojeada al libro, me encontré de sopetón con un subtítulo: “En vez de aprovechar el lugar estratégico que ocupaba Cartagena para desarrollar un comercio exterior riguroso con el mundo, se negó a la Costa del Caribe Colombiano el derecho a negociar libremente con otras naciones” (Pág83). Se trataba de la vieja e insoluta lucha de Santa Fe con Cartagena, tan expresivamente contada en otro libro de Múnera: El fracaso de la nación. Pero, en ese momento de diciembre pasado, lo asocié espontáneamente con la inacción deliberada del gobierno central que condujo a que Barranquilla perdiera la sede de los Juegos Panamericanos.
Es que el mundo andino se niega a admitir las posibilidades inmensas que nos conceden las aguas no siempre mansas del mar de los Caribes. El huidizo salto lo aprovecho, también, para hacerle el reconocimiento al historiador de su insistente lucha documentada por el equilibrio de poderes entre las regiones, que exige una República Unitaria. Es que el subtítulo referido sintetiza bien esa cruzada.
Finalmente, ha sido para mí un recorrido fascinante por las complejidades de la historia siempre inacabada de Cartagena de Indias. En la narrativa sobre los años 50 y 60 del siglo pasado me sentía como espectador de primera línea. Me sentía caminando por el Portal de los dulces hasta la Farmacia Román, y conversando en los bajos de la Gobernación con Augusto, de la estirpe de don Joaquín de Pombo. Me sentía leyendo el Diario de la Costa y llegando a la centenaria Universidad de Cartagena para recibir las clases de derecho. Si, a veces me sentía actor de lo que estaba leyendo ¡Tal es la fuerza de la narración!
Habrá tiempo para terminar de comentar esta obra de historia que hará historia. Ha sido concebida desde el profesionalismo y redactada con el sudor de un hombre del Caribe, orgulloso de su ciudad, orgulloso de los suyos y orgulloso de su propia historia: Alfonso Múnera.