Son dos cimeras realidades entrelazadas, la santidad y la purificación que es camino para llegar a ella. “Santo” de perfección infinita es solamente Dios, pero Él invita a santidad, como esfuerzo permanente. Fue el mismo Jesucristo, el que imperó “a ser perfectos como mi Padre es perfecto” (Mt. 5,40), y el mismo Padre es el que preceptúa: “Ser santo porque yo soy santo” (I Ped. 1,16). Todo ser simplemente humano no ha estado exento de pecado, sino, por su excepcional misión, María, la Madre del Divino Salvador.
¡Qué grandeza infinita la de la santidad de Dios, y qué camino tan bello y confortante, el que, con el llamado divino, emprende el ser humano! Pero en esa admirable senda necesita de purificación. Allí llegamos a encontrarnos con esas dos cimeras realidades que en este mes atraen nuestra atención: cielo y purgatorio. El “Cielo” ya es gozo eterno en Dios, conseguido con obras buenas, gozo que nunca llegará a su máxima altura y alegría. “Purgatorio”, época de purificación de los humanos hasta poder gozar de las alegrías celestes, con un eterno triunfo en una definitivamente estable compañía divina.
“Santo” es la persona que no vive desapercibida de las anteriores realidades, disfrutándolas en el diario vivir, algo que aleja del vicio y del pecado, y que da sentido, alegría y horizonte a la vida. Es el momento de profundizar en la santidad excelsa de Dios, a la que ya nos hemos referido, que tiene sus reales aspectos que es preciso poner de presente. Es tema confortante que grande gozo propicia, sobre el cual en marzo 19-02-18 nos sorprendió, gratamente, el polifacético Papa Francisco con su preciosa Exhortación “Alegraos y Regocijaos”. Es escrito que hace saborear la verdadera santidad, que son sencillez presenta el Papa, no con cosas complicadas y difíciles, como se dice de algunos Santos, sino con la espontaneidad y amor a Dios como la vivía una Teresita de Jesús, un Juan XXIII o un Domingo Savio, “solo haciendo las cosas ordinarias en forma extraordinariamente sencillas”.
Es de la mortificación de los sentidos, para no dejarnos dominar por ellos, y utilizando en ella la práctica de penitencias y mortificaciones en expiación de los pecados para tener ante el Señor un alma limpia, y en ejercicio de las virtudes, a las que dará el premio celeste. Unida a nuestra propia purificación, se recuerda, en este mes nuestra oración en ayuda a los que al momento experimentan ese estado de purificación después de su muerte.
A lo anterior se refiere el texto bíblico II Mac. 12, 43-46, cuando el dirigente Judas ordenaba “hacer sacrificio en favor de los muertos para que queden liberados del pecado”. Fue el Papa Gregorio III (731-741), un primer gran impulsor de la oración por los difuntos, y Benedicto XIV (1740-1750), quien estableció la celebración universal de Día de los fieles Difuntos, el 2 de noviembre, al otro día de Todos los Santos.
La intercesión de los santos es totalmente acogida por la Iglesia Católica y otras confesiones cristianas, y bien justificada la intercesión ante Dios, de los fieles difuntos para que oremos por ellos. El Catecismo de la Iglesia Católica da amplia acogida a las realidades a las que nos hemos acercado en estas cimeras realidades.
* Obispo Emérito de Garzón
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