Criticar a un gobernante en este momento es un poco injusto, porque a todos ellos el destino les ha jugado una mala pasada. Gobernar durante una pandemia, tan desconcertante como la que vivimos, los tomó por sorpresa y han tenido que probar hasta qué punto son capaces de enfrentar crisis.
Gobernantes, tanto de izquierda como derecha, la han “embarrado”. Ahí tenemos las estruendosas “metidas de pata” del izquierdista López Obrador (AMLO) en México y las del derechista Bolsonaro en Brasil, que han costado tantas contaminaciones y vidas de ciudadanos mexicanos y brasileros.
Mucha improvisación y costosos errores se han cometido. Han sido pocos los gobernantes que han pasado la prueba. Entre los “rajados” esta la alcaldesa de Bogotá, Claudia Nayibe López, quien, ahora lo sabemos, estaba preparada para politiquear, más no para gobernar.
Para gobernar durante una pandemia, cuando todo parece colapsar, cuando los enfermos llegan casi a llenar las camas de las salas de urgencia y los corredores de los hospitales, cuando los negocios deben cerrar para evitar el contagio y gran cantidad de la población pierde sus trabajos, cuando los niños deben permanecer en sus viviendas pues sus escuelas y colegios han tenido que cerrar, se necesita tener características especiales de liderazgo que ella no tiene.
Ante tantas dificultades, incertidumbres y miedos se requiere una persona con una gran experiencia y conocimientos, en muchos sentidos, sobre todo en administración, además debe tener mucha paciencia, calma y abundante compasión. Pero, Claudia Nayibe López, no solo no tiene la necesaria experiencia como gobernante, sino que carece de la calma, la paciencia y el temple necesario.
López había hecho mucho ruido en el Congreso con sus agresivos discursos contra sus personajes más odiados, como el expresidente Álvaro Uribe. Sus arengas, muy al estilo de las de Donald Trump, con la misma carga de insultos, acusaciones falsas, vulgaridad y odio recalcitrante, inflamaban los ánimos de sus partidarios políticos. Pero como alcaldesa, esa técnica política, de poco o nada le ha servido.
Durante esta crisis lo que más le hemos visto de López es esa misma actitud de cuando hacia sus discursos en el Senado. Altaneramente regaña y culpa a todos por sus fracasos en el manejo de la pandemia, la seguridad ciudadana y las protestas. Culpa al presidente Duque, al Ministro de Salud, al director de la Policía de lo que ella ha sido incapaz de solucionar.
Sus peleas son constantes, absurdas y agresivas. Inclusive regaña a los ciudadanos, a los que amenaza si no la obedecen. No es esa la mejor manera de tranquilizar a los casi ocho millones de bogotanos agobiados.
Las urgencias de la ciudad, que son muchas, están huérfanas de gobierno. La inseguridad en la ciudad es alarmante. En barrios de todos los niveles la gente tiene miedo de que le roben sus propiedades y pueda perder su vida. Todos los días oímos de personas robadas en las calles, centros comerciales, parques, en restaurantes mientras esperan a ser servidos, o en sus propias viviendas. No hay programas para la recuperación de empleos. La apertura ha sido descoordinada. El caos en el transporte aumenta a diario y, lo peor, no hay respeto por la policía que hace lo que puede sin el apoyo de López.
Definitivamente, la pandemia le pudo a la alcaldesa.