Cohen | El Nuevo Siglo
Martes, 29 de Noviembre de 2016

No recuerdo si el primer libro que compré en la Buchholz de la Jiménez fue Parásitos del Paraíso o Flores para Hitler, pero, en todo caso, era un libro de poemas de Leonard Cohen.

Pocos años antes, en Israel, su patria judía, él había llorado.  Fue en pleno concierto.  Cantando ‘So Long, Marianne’. 

Marianne Ihlen, su gran amor por tres años, antes de Suzanne.  La había conocido en Hydra, en Grecia.  Y se enamoró perdidamente: “Era la mujer más hermosa que jamás había visto.”

Mientras escribo, escucho nuevamente la canción: “Hasta la vista, Marianne, ya es hora de que empecemos a reírnos y llorar y llorar y reírnos de todo”.

En todo caso, Cohen estaba descompuesto.  Como seguramente lo estuvo hace dos años, cuando supo que ella moría de leucemia y le escribió una de las más bellas cartas de despedida anunciando que se sentía preparado para morir.

“Bueno, Marianne, ha llegado el momento en el que somos tan viejos y nuestros cuerpos se están desmoronando, que creo que te seguiré muy pronto.  Estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, podrás alcanzar la mía…”

Cuentan que cuando comenzó el concierto, él estaba estresado, muy agitado por la historia de su pueblo; y no pudo. La voz profunda y grave salía, pero no sobresalía.  Cantaba, pero no transmitía sus sentimientos más íntimos.

Así que resolvió detenerse abruptamente. Y lo dijo con sinceridad impecable: “No estoy sintiendo profundamente las canciones. Creo que los estoy engañando.”  

Se retiró al camerino, lo pensó dos veces, regresó, cantó, lloró y entonces sí que sumió al público en perfecto paroxismo.

Lo cierto es que tuvo el coraje, el valor de decirlo, de replegarse en calma para no manipular a nadie.  No alteró las letras, no cambió el sentido, no maquilló los versos para luego recurrir a trampas o maniobras indignantes. 

 Tal vez, en ese momento de suma honestidad flotaban en su mente los versos de ‘Cielo’, uno de los poemas que mejor recuerdo: Los grandes pasan / pasan sin tocarse /… cada uno sumido en el gozo / cada uno en su fuego /… pasan como estrellas de diferentes estaciones / como meteoros de diferentes siglos.

De hecho, los grandes pasan sin mentir, sin someter, sin exculpar, sin complicidades.  Como él mismo lo enseñaba en otros de sus versos: ¿Por qué no tratar de vivir en paz? / ¿Realmente usted necesita la mano de su pasión? / ¿Realmente usted necesita su corazón para su trono?