A medida que se hace larga y difícil la pandemia, se levanta como una luz de esperanza toda la labor que han venido haciendo las escuelas, colegios y universidades de todo el país y quizás del mundo entero. Es muy satisfactorio escuchar en boca de niños, adolescentes y jóvenes, cómo les hace de falta ir a su lugar de estudio. Ellos han sido los primeros en descubrir que colegios y universidades son mucho más que salones y pupitres. Son comunidades de encuentro, de relación viva, de juego y competencia, de formación de la identidad. Colegios y universidades son deporte, actividades mil, lugares de escucha y aprendizaje, pozos de sabiduría custodiados por los mayores. Son el ambiente perfecto para hacer los amigos de toda la vida, para saberse parte de una generación que hará un mismo recorrido a lo largo de la existencia. Y, son sin duda, ambientes de prueba sobre cómo es la vida con sus luces y sombras y qué es eso del éxito y aquello del fracaso, ingredientes infaltables en todo ser humano.
Pero no solo los niños y jóvenes han visto de otra manera sus colegios y universidades. Los padres de familia, más bien propensos a ser muy críticos con quienes educan a sus hijos, también amplían ahora su aprecio por estas instituciones que acogen su prole por lo menos ocho horas diarias, con todo lo que ellos llevan por fuera y por dentro. Una cosa muy distinta es despachar los hijos a las seis de la mañana y recibirlos a las cuatro de la tarde y otra permanecer con ellos desde que amanece hasta el anochecer del cada día. Hermosa y cercana experiencia, pero exigente, de mucha paciencia, inquieta, móvil, ruidosa. Y, a la vez, muchísimos papás trabajando en casa o haciendo los deberes del hogar. Pero colegios y universidades han sabido llegar a través de todo el mundo digital hasta la alcoba de cada estudiante lo mejor que se puede y, en no pocos casos, con fotocopias entregadas a lomo de mula en lejanas veredas. Y si algunos papás pensaban que los precios debían bajar, quizás el ver ahora la labor titánica de estas instituciones en sus propias narices, les haga pensar otra cosa.
Y directivos y profesores de escuelas, colegios y universidades, merecen ser condecorados todos, excepto los que viven en paro, por su adaptación tan pronta y generosa a la realidad pandémica. Les cambió radicalmente el ejercicio de su vocación y sin muchos lamentos se pusieron manos a la obra y al teclado, se arreglaron para las cámaras, aprendieron programas de computador y como si nada, se presentaron con el clásico “decíamos ayer”. Y la enseñanza continuó y las clases se dictaron. Los grados se realizaron, el cartón llegó por correo y hasta el virus se volvió un convidado más, al que se le hizo mala cara, pero se aprendió a convivir con él. ¿Alguien se puede imaginar qué habría sucedido si escuelas, colegios y universidades hubieran cerrado del todo hasta el fin de la pandemia que no termina? La locura total de niños, adolescentes, jóvenes, papás y en general de la sociedad. Pero no. Por el lado de la educación el virus no ganó y sí perdió por knock out. ¡Que vivan todas las escuelas, colegios y universidades! Y como en la Novena, se dice tres veces: hurra, hurra, hurra.