¿Qué tiene que ver conmigo la guerra? ¿Qué tiene que ver conmigo que asesinen líderes sociales? ¡Todo! La razón es sencilla, que no simple: somos una misma humanidad. Esto es una realidad que podemos evidenciar desde la teoría de sistemas, la física cuántica, la biología molecular y la espiritualidad. Otra cosa es que muchas veces no queramos reconocernos como hermanos del otro, que lo neguemos por razón de sus condiciones y particularidades. Me incluyo, pues puedo ver la viga en mi propio ojo antes que la paja en el ajeno. Aunque esencialmente estamos hechos de luz y amor, lo cual trascendió hace rato el romanticismo y es comprobable desde las ciencias de frontera, por momentos -cortos o largos- nos desconectamos de la Fuente; lo maravilloso es que ella jamás se desconecta de nosotros, creamos o no, nos demos cuenta o no.
Viví en el sur del Cesar y de Bolívar en los años 2004 y 2005, un duro período de guerra que solo está en la historia de quienes la padecieron. Nunca se me olvidará el día que entre Rioviejo y Norosí encontramos la cabeza de un hombre joven, decapitado pocas horas antes; el resto de su cuerpo apareció al tercer día, sin que pudiese resucitar de entre los muertos, los miles de muertos que ya había dejado una guerra librada en plena democracia, con más masacres, asesinatos y desapariciones que todas las dictaduras del Cono Sur juntas.
Claro que me duele la guerra, que me dolió verla en los rostros de los docentes rurales con quienes trabajaba, que me duele cuando leo en las redes sobre líderes y lideresas que siguen siendo víctimas cada día. Me duele, por supuesto, que haya empezado una nueva ola de exterminio sistemático de personas que trabajan por el bien de sus comunidades, personas como usted o yo, con anhelos, frustraciones, familia y amores. No creo en los “magnicidios”, pues no concibo a unos ciudadanos de primera y a otros de quinta. Cada vida es valiosa en sí misma.
Si antes sentía rabia, ahora experimento una profunda compasión hacia los indiferentes, quienes no se conduelen del dolor ajeno y clasifican a los muertos en orden de importancia o los niegan. ¿Entonces la muerte de una persona en Ituango, Palmar de Varela o Argelia es un “minicidio” o “microcidio”? No, evidentemente no. También siento compasión por mí mismo, por las veces en las cuales no he visto al otro en su completa dimensión y he negado su humanidad. Ello no me impide ver la realidad y actuar en los entornos que tengo a mano, desde el desarrollo humano, la biopedagogía y la escritura. Son los espacios en los cuales puedo, con mis luces y sombras, contribuir a un mundo conectado con la luz y el amor, al que estamos llamados y merecemos todos y todas, sin quedarme en la idea escasa del amor como emoción romántica. Como líderes o lideresas sociales que podemos ser, hacemos parte del mismo sistema humano, somos unidad.