“La paz la construyo yo”
Los procesos vitales están lejos de ser rectas ascendentes. Por el contrario, son sendas espiraladas, llenas de bucles y multifurcaciones, de avances y retrocesos, de aciertos y errores. Ese parece ser el diseño de la existencia, al menos en esta pequeña porción de los multiversos.
La vida es mucho más compleja que una fría línea de producción, en la que todo está estandarizado y programado para un pretendido funcionamiento perfecto. Cuando logramos comprender que las dinámicas de los sistemas son orgánicas -como las raíces de una planta, que crecen en varias direcciones, se enredan y desenredan, se trasponen unas a otras-, si bien no perdemos la capacidad de sorprendernos con lo que trae la vida en su incertidumbre, tampoco nada nos aterra.
Como dijo sabia y místicamente Santa Teresa de Ávila: “Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. ¡Solo Dios basta!”. El trasegar humano se encuentra lleno de paradojas, que más que incongruencias sin solución son nudos que nos plantean más de una salida.
Construir paz en un país que ha estado signado por diferentes violencias a lo largo de la historia es, sin duda, un proceso complejo, por lo cual no se puede abordar desde la lógica lineal de “si p entonces q”, útil para procesos simples e insuficiente para desenmarañar una serie de hechos simultáneos que desembocan en decisiones de diferente orden: regresar al monte a hacer la guerra, negar a toda costa la equidad en la repartición de tierras, continuar delinquiendo en el narcotráfico, evitar legalizar el negocio de las drogas… Cada quien tiene sus razones en medio de la complejidad, cada quien vive desde sus tramas existenciales, sea consciente de ellas o no. Evidentemente, en medio de esas dinámicas complejas hay acciones que favorecen la construcción de paz y otras que la entorpecen. Más allá de lo que ocurra en las esferas macro, esa tarea de hacer posible la convivencia pacífica es responsabilidad de cada quien, en las esferas personales.
Podemos salir hoy con dedo acusador a señalar a aquellos que con sus decisiones y acciones entorpecen la paz. Sin duda, eso está ocurriendo. Si el índice culpabilizador lanzara rayos de colores podríamos apreciar un gran espectáculo, digno de la saga de la Guerra de las Galaxias ¿Nos sirve acusar? Creo que no mucho. Nos serviría más mirar hacia el interior y reconocer qué acciones en lo individual propician la paz y cuáles otras la obstaculizan. Ese ejercicio sincero, de diálogo con nosotros mismos, podría ampliar nuestro horizonte con relación a la paz ¿Estoy en paz conmigo mismo y con mi historia? ¿Estoy en paz con mi familia de origen y mis ancestros? ¿Estoy en paz con lo que realizo en la cotidianidad? ¿Qué me falta reconocer, aceptar e integrar para alcanzar mi paz interior?
Esas preguntas, ciertamente, no son tan sencillas de responder, pues implican dejar de ver ‘la paja en el ojo ajeno’ y reconocer nuestros propios pensamientos y actuares. Si con las respuestas que encontremos tomamos decisiones amorosas e integrativas, lograremos paz en nuestros entornos cercanos. De adentro hacia afuera.