El régimen de Putin es un régimen concesionario.
Eso significa que la población le ha cedido a él suficientes facultades para ejercer un poder omnímodo, en el que la rendición de cuentas no resulta necesaria.
En la práctica, la gente ha dotado al Presidente de la capacidad de controlar todo lo relativo a su más preciada pertenencia: la seguridad y la defensa.
Y lo ha hecho esperando que, como producto de la gestión de tan delicado servicio, Putin logre recuperar la grandeza imperial perdida.
Eso es, exactamente, lo que ha venido haciendo con milimétrica precisión desde que llegó al Kremlin justo cuando el mundo daba las campanadas de bienvenida al siglo XXI.
Y gracias a tan mortífera eficiencia, la población no cesa de mantenerlo en el poder, ora como primer ministro, ora como presidente, y en todo caso como concesionario absoluto.
Pero lo verdaderamente grave no es eso porque, al fin y al cabo, la concertación ha funcionado y las masas están felices con su ‘conducátor’.
Lo más grave es que las grandes potencias occidentales también le hayan hecho semejante Concesión.
Asumiendo que tan solo estaba actuando sobre sus áreas de influencia natural, le reprochaban sus desmanes ‘sotto voce’, pero admitían la barbarie en Chechenia, la anexión de Crimea y los estropicios restantes porque todo les resultaba concesible.
Ahora, cuando ha invadido a Ucrania, un socio occidental que hizo parte de su órbita de dominación pero que ya se consideraba un país libre, Occidente se alarma, se desconcierta y no sabe qué hacer para liberarlo.
Provee de armamento a la resistencia, pero es consciente de que ni eso, ni las masivas sanciones económicas, lograrán desalojar al agresor.
¿Cuánto armamento más enviarán a Kiev los EEUU, el Reino Unido o Alemania, aún a sabiendas de que -planteada así-, ¿esta no es más que una costosa e interminable guerra de desgaste en la que un desconcertante porcentaje de la ayuda caería en saco roto?
Si no hicieron a tiempo estas tareas, cuando era posible disuadir al depredador, ¿cómo tendrían que comportarse ahora para no entrar en guerra convencional con Moscú, pero liberar a Ucrania?
¿Cómo lograr que ese material militar que están enviando arribe a los teatros de operaciones si no hay vías férreas, ni carreteras, ni puertos, o aeropuertos a donde puedan llegar?
¿Cómo impedir que Rusia destruya -como está destruyendo- ese material, incluso antes de que pueda ser desempacado?
Y lo más delicado de todo, ¿cómo estar seguros de que Rusia no se hartará de tolerar esta asistencia y, ante los ataques que está registrando en su propio territorio, decida represaliar mediante terceros, afectando objetivos selectos en suelo occidental, bajo la modalidad de ‘incierta atribución’ y ‘ninguna responsabilidad evidente’?
En cualquier caso, lo esencial seguirá siendo lo que constituye el objeto de este escrito: ¿qué tan concesivo seguirá siendo el pueblo ruso con su líder supremo, y qué tantas concesiones más seguirá haciendo Occidente al agresor empedernido?
vicentetorrijos.com