Recientemente nos acercamos a cimera reflexión sobre ese precioso don de Dios a los humanos, la vida, que reclama debido aprecio y defensa de tantos enceguecidos que propician su extirpación de en niños en el vientre materno, y abren las puertas al “suicidio asistido”, como es la “eutanasia”. Está eso en lugar de verdadera “muerte digna”, como su ofrenda a su Dueño, enriquecida con dolores aceptados.
Como medio de cultivo agradecido, de la vida, algo engrandecedor, prenda de estabilidad en ella, aparece, a la luz del Cristianismo, el mismo enviado de Dios, “Jesucristo”, quien dándonos fortaleza y esperanza, quien nos afirma: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi aunque muera vivirá” (Jn. 11,25). El mismo nos ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14,6).
Como incremento de esa confortante verdad cristiana, como apoyo a su mantenimiento, aparece otro regalo insuperable y es el de la “Sagrada Eucaristía”, invento del poder y de la bondad del Hijo de Dios hecho hombre para quedarse con nosotros, y ofrecernos algo más para incrementar la vida. Dijo Jesús, después de anunciar que con su poder divino transformaría el pan en su cuerpo y lo ofrecía a los suyos como comida: “Yo soy el pan de vida… el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6, 39 y 51).
Nos traslada la Escritura Santa a la institución de ese “Misterio de Amor”, como es la Eucaristía, como preámbulo, de que: “habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (S.J 13,1), y S. Lucas señala las palabras consagratorias del pan y del vino (Lc. 22,14-20), que S. Pablo presenta, su Primera Corintios (11,23-26). La propia actualización de lo obrado por Jesús se realiza cada vez que válidamente un Sacerdote repite lo actuado por Jesús, y dice las palabras sobre el pan y el vino, se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Redentor divino. Allí se está cumpliendo lo pedido a sus Apóstoles: “Hagan esto en recuerdo mío” (Lc. 22,10).
Dijo, en cierto momento, S. Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2,20), es algo que se cumple en quien vive en gracia de Dios, pero que realiza, digamos que físicamente, en quien come el Pan Eucarístico, que, como dicen algunos Santos “Deifican”. Es enseñanza de la Iglesia que quien comulga frecuentemente tendrá la alegría de comulgar a la hora de la muerte, teniendo como compañero de viaje “viatico”, al mismo Jesús.
Me inspiró referirme a esta “cimera reflexión”, acompañar, por la televisión, este 12-09, de la solemne Misa de Clausura del multitudinario Congreso Eucarístico Internacional, realizado en la creyente Hungría, presidida por el providencial Papa Francisco. Estos actos de fe y súplicas a Jesús en la Eucaristía confortan al sentir que en el mundo hay tanta fe, incrementada por las bondades que difunde Jesús desde su presencia viva en la Sagrada Eucaristía. En medio de tanta maldad en el mundo, cómo conforta este revivir la fe que nos anima a invitar a todos los humanos a la alegría de vivirla, y renovar el aprecio y defensa de la vida. La fiel participación dominical, y, qué bien si es con más frecuencia, ¡qué incrementó de vida, y que luz para este peregrinar terreno!
Obispo Emérito de Garzón
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