¿Qué creemos de nosotros mismos? Por lo general, lo que hemos venido escuchando desde pequeños y que ha quedado grabado en el inconsciente, la parte gigante y hundida del iceberg de nuestra mente, del cual solo vemos la punta. Lo que creemos de nosotros mismos está tan arraigado que muchas veces lo desconocemos. Sin embargo, esas ideas ancladas en lo profundo de la psique son como un sistema operativo desde el cual nos relacionamos con nosotros mismos y con el mundo. Necesitamos conocer ese sistema si queremos hacer en nuestras vidas transformaciones profundas y duraderas.
Hemos recibido múltiples mensajes desde que estamos en el vientre materno y todos han quedado registrados en nuestro inconsciente. Ojalá que toda esa información fuese amorosa, sería deseable que desde esa vida prenatal nos hubiesen dado a todos la más cálida bienvenida a este mundo, que se nos hubiese acogido con profundo amor y respeto.
Pero para todos no ha sido así. No todos los bebés han sido deseados y programados, no todos han llegado en el mejor momento vital de sus padres y no todos han venido al mundo en condiciones de plena aceptación y contención; pudo haber miedo en mamá y papá, incluso rechazo de alguno o de los dos padres. Entonces, ese bebé registró no ser adecuado, no ser bienvenido. Pudo haber angustia económica o miedo hacia el futuro. Son tantas las emociones recibidas en el período intrauterino que cualquiera de ellas pudo ser la semilla de alguna creencia que seguimos arrastrando.
Las ideas sobre nosotros mismos siguieron determinando nuestro futuro en la primera infancia. Fuimos los niños de quienes la familia se sentía orgullosa o por el contrario aquellos motivo de vergüenza. Nos dijeron que éramos perfectos o que no hacíamos nada bien, que permanecíamos pulcros y merecíamos ser felicitados -y por ende amados- o que éramos sucios como los puercos. Fuimos comprando rótulos, estigmas que determinaron la relación con nosotros mismos, más aún si son resultado de infortunadas comparaciones. Si somos compasivos, comprenderemos que a nuestros padres y cuidadores también les pusieron etiquetas en su infancia, que también quedaron marcados y que no conocieron otra forma de criar que aquella aplicada en nuestra propia crianza. Claro, hay excepciones y muchas personas salieron con su autoestima fortalecida de esos primeros años de vida.
Un sistema de creencias es solo un conjunto de ideas, que por fortuna se pueden cambiar. Si las ideas que tenemos sobre nosotros mismos son amorosas y desde ellas podemos auto-contenernos y ocupar nuestro lugar, fantástico. Si, por el contrario, ese sistema está enmarcado en el rechazo constante, insuficiencia, dolor, queja y el aburrimiento de vernos en el espejo, podemos comprender que esas ideas son eso y solo eso, no lo que realmente somos. Podemos reconocer hoy que somos hijos e hijas de la luz, que por ende somos luminosos. Esa luz que somos es la que nos permite reconciliarnos con nosotros mismos: soltar esas creencias no es fácil y sí posible. Avancemos en ello para brillar.