El próximo miércoles 17 de febrero comienza el tiempo litúrgico de la cuaresma, con el signo de la ceniza que, seguramente este año será espolvoreada sobre la cabeza, pues el signo habitual en la frente no es prudente ahora en tiempos de un virus que nada que nos suelta. “Aprovechando” muchos de los encierros a los cuales estamos sometidos, podríamos sugerir algunos modos de hacer una especie de cuaresma en cuarentena. Es decir, pensar de qué manera, en los límites de la casa o del apartamento o de la finca, podemos realizar signos y ofrecer actitudes que generen cambios -conversión- para el bien de todos. Afortunadamente a Dios se le puede amar en todas partes, a Cristo imitar siempre y al Espíritu Santo, invitar a tiempo y a destiempo.
La primera sugerencia es la de hacer la celebración de la ceniza en la casa, no llamando un sacerdote, sino organizada por los papás y los hijos y las demás personas que viva o estén allí. La Conferencia Episcopal de Colombia ha publicado una guía para realizar esta celebración en forma doméstica y se puede encontrar en su página web. Muy interesante ver las familias reunidas en un plan de oración, reflexión, propósito de enmienda e imponiéndose, entre todos, el signo de la ceniza, la cual se puede fabricar también en casa con algún material incinerado. ¡Cómo nos hacen de falta estos momentos de oración, de actividad religiosa, en los hogares! Oportunidad de oro.
La cuaresma, recordémoslo, propone tres ejercicios muy significativos. El primero es el ayuno. Un gesto muy elocuente, no para los demás, sino para uno mismo ante Dios, para reconocer que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Al ayuno de alimento, se le pueden añadir otros que harían mucho bien: ayuno de tecnología esclavizante, ayuno de encierro en la alcoba, ayuno del exceso de trabajo en casa. Son privaciones que permiten reconocer la necesidad de Dios, la necesidad e importancia de los demás y que abren la posibilidad de estar con uno mismo y desde luego con Dios.
El segundo ejercicio es el de la oración. Orar siempre, orar mejor, orar más. Casas, apartamentos, fincas se han transformado un poco o mucho para poder seguir la vida en pandemia y cuarentena. Que cada casa sea también iglesia doméstica, templo de Dios, gruta de oración. ¿Se acuerdan de las viejas haciendas con oratorios y los rincones de nuestras casas viejas con pequeños altares? ¿Qué tal abrirle un rinconcito a la fe para orar, leer la Palabra de Dios, inspirarse en alguna imagen bella? Otra ocasión dorada para sacar chécheres inútiles y poner en la casa un lugar de ejercicio… espiritual.
Y el tercer ejercicio de la cuaresma es la caridad o la limosna. Tal vez nunca como ahora hemos tenido oportunidad de hacernos solidarios, cercanos, concretamente ocupados de la suerte de los más pobres. Sería bellísimo que cada familia se proponga encontrar a quien ayudar y lo haga al menos a lo largo de la cuaresma: una familia, una persona, un habitante de la calle o quizás una obra social o fundación. Hay infinitas posibilidades de extender la mano para auxiliar, como lo manda el Evangelio.
Que a nadie se le enrede la cabeza en cuanto a la cuaresma que viene. Donde quiera que esté encerrado, la puede celebrar, puede trabajar su conversión y puede llenarse más de Dios y crecer espiritual y humanamente. Así fueron los 40 días de Jesús en el desierto: tiempo de gracia.