Sí, la Policía Nacional de Colombia y la totalidad de sus miembros, en actividad o retiro, nunca olvidaremos ese fatídico jueves 17 de Enero de 2019, cuando en atentado terrorista, planeado y ejecutado por miembros de Eln, acabaron con la vida de 22 jóvenes cadetes, estudiantes de la Escuela de Policía General Francisco de Paula Santander, cuna, faro y guía de los aspirantes a oficiales de esta noble institución, donde se forman hombres y mujeres que abrazan por vocación esta carrera de sacrificio al servicio de la sociedad, tan cara a nuestros sentimientos.
Dura prueba debieron soportar los mandos de la policía en esas calendas, por la responsabilidad que le cabe a la institución de cara a esta tragedia que conmocionó al país, el gobierno y la misma sociedad; sin duda los directivos no lograron, ni lograrán entender cómo una organización subversiva puede realizar un hecho criminal de esas proporciones, tan alevoso e inmisericorde, al atentar contra jóvenes en periodo de formación, inexpertos y marginados por sus misma condición de cualquier conflicto armado. Incontenible sevicia, crueldad y barbarie demostró el Eln si consideramos que en un día normal de labores, a las 09:30 irrumpe en el campus de la escuela un vehículo, conducido por un psicópata, quien sabiendo la carga siniestra que transportaba, siguiendo delineamientos, planes y órdenes expresas, hizo explotar su cargamento acabando de un solo plumazo con la vida y sueños de 22 estudiantes. Sus 22 familias llorarán por la eternidad ese atentado que quitó la vida a esos muchachos que soñaban con ser ejemplo de ciudadano y modelo de profesionales en el servicio a la humanidad.
Este mes se cumplieron dos años y tanto la Policía Nacional de los colombianos como la patria entera, han demostrado que no los olvidan y su recuerdo vive en nuestros corazones; esta pena la llevamos en el alma pues no solo los familiares viven con el dolor, es la institución en general que a lo largo de su historia ha debido sufrir, llorar y enterrar sus héroes. Pero como lo hemos manifestado en varias oportunidades, nunca, nunca ha enterrado su dolor de madre desconsolada por el martirio de todos y cada uno de sus hijos.
La Escuela en especial quedó maltrecha por ser testigo de primer orden y su historia docente muy maltratada ante semejante despropósito, a futuro no habrá un alumno que pise su campus sin sentir en el corazón un vacío y la nostalgia que genera el lugar de la inmolación; saltan lágrimas de tristeza, dolor y rabia por la inconsecuencia subversiva, a la vez que el corazón late ante la valentía de ciudadanos que, no obstante este reto, aman la patria y siguen tocando las puestas institucionales, buscando oportunidad para servir a la sociedad.