Dijo el gran estadista británico Sir Winston Churchill que “el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene y de explicar después por qué no ha ocurrido”. De manera análoga las pitonisas, videntes, adivinos y agoreros, que por esta época de comienzos de año abundan como la verdolaga, siempre nos quedan debiendo la explicación del por qué no se cumplieron sus predicciones.
Uno de los más célebres y antiguos referentes de ellos fue el boticario francés Michel de Nôtre-Dame, más conocido como Nostradamus, a quien se le atribuían poderes paranormales que le permitían adivinar el futuro acontecer, sin recurrir para ello a la “bola de cristal” del clarividente.
Quien sí sabemos, con seguridad, que, más que predecir o profetizar, alertó sobre el advenimiento de esta terrible pandemia, que convirtió el 2020 en un Annus horribilis, fue el empresario y filántropo Bill Gates, a quien no ha faltado el desatentado que, basado en las fake news y en las teorías conspirativas, le achaque a él su propagación primero y ahora la vacuna dizque para “dominar” y manipular a la población que se la aplique.
Con cinco años de antelación, en 2015, en pleno brote del ébola, afirmó lo siguiente: “cuando yo era chico el desastre más temido era vivir una guerra nuclear…Hoy la mayor catástrofe mundial es una pandemia. Si algo va a matar a más de diez millones de personas en las próximas décadas será un virus muy infeccioso, mucho más que una guerra”. Dicho y hecho.
Ahora ha sorprendido Bill Gates al mundo con una aterradora predicción, de una nueva epidemia cuya ocurrencia “podría ser dentro de 20 años, pero debemos suponer que podría ser dentro de 3 años”.
Definitivamente las cábalas, las conjeturas y las especulaciones en torno a lo que nos es dable esperar hacia el futuro pierden cada vez más espacios, terreno y credibilidad, pues gracias a la Big data, a la Inteligencia artificial y a los algoritmos es cada vez más previsible lo que va a pasar. Ello me lleva a firmar que Bill Gates no saca sus pronósticos y previsiones de la manga, sólo que es uno de los hombres mejor informados y gracias a su equipo con la mayor capacidad de acceder y procesar el cúmulo de información disponible.
Por su parte las cabañuelas han corrido la misma suerte del pintoresco Almanaque Bristol, de color naranja, que debe su nombre a su gestor Cyrenius Chapin Bristol, que circula en los meses de diciembre de cada año desde 1832, el cual servía de cabecera a los agricultores, pues en él se pronosticaba con gran acierto el comportamiento y el “estado del tiempo”.
Pues bien, 188 años después de su nacimiento, el icónico Almanaque ha quedado sin oficio, por lo menos en lo que hace relación a la predicción del tiempo, por cuenta del cambio y la variablidad climática, que ha llevado a que llueva en verano y tengamos verano en época invernal.
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*Miembro de Número de la ACCE