Con frecuencia medios de comunicación, como la W y CM&, se refieren al Partido Conservador como adicto a la burocracia. Se “colinchan” en todos los gobiernos para gozar de las mieles del poder, afirman. Es una apreciación bastante extendida en la opinión. Sinembargo, detrás de ella hay aleteos sectarios y desconocimiento del elenco, como dirían los escolásticos.
El paso de la Monarquía a la República propició el surgimiento de la Democracia Representativa, adoptada en occidente ante la inviabilidad de la democracia directa. La aparición de nuevos derechos ha traído consigo la democracia participativa modernizando la política, como se aprecia claramente en la actual Constitución Nacional.
Mientras Europa se decidió por el sistema parlamentario, en América se asentó el presidencialismo, gracias al influjo de la Constitución de Filadelfia. El régimen presidencialista implica que los partidos y movimientos que concurren a la victoria tengan derecho a estar representados en el Ejecutivo Central. De lo contrario, estaríamos caminando por los predios de lo que los tratadistas llaman el despotismo elegido, tentación de muchos gobernantes. Tengamos presente también el origen popular del Congreso.
Lo cierto es que antes de “colincharse” en los gobiernos, los conservadores se han decidido por las candidaturas ganadoras. Esa habilidad es virtud y no defecto político. La Realpolitik es toda una escuela de pensamiento.
No es cierto, tampoco, que el Partido Conservador haya perdido su vocación de poder. Veamos que ha ocurrido en el presente siglo: Andrés Pastrana contó con la lealtad total del Conservatismo tanto en las elecciones como en el gobierno. Es más, hoy es el jefe natural de la colectividad.
Las victorias de Álvaro Uribe I y II se dieron en primera vuelta, gracias al caudaloso aporte de los conservadores. Para entonces, los ilustres precandidatos Augusto Ramírez Ocampo y Juan Camilo Restrepo se habían retirado de la contienda.
Recuérdese, asimismo, que Noemí Sanín, consagrada candidata en una gran Convención azul, presidida por Belisario Betancur y Andrés Pastrana Arango, no logró pasar a la segunda vuelta. Solo en ese momento el Conservatismo unido adhirió a Juan Manuel Santos y contribuyó a elegirlo frente al profesor Mockus, quien con su “ola verde” estremeció los andamios del establecimiento.
En Santos II, luego de una acalorada Convención el Partido Conservador se dividió entre Santos y Marta Lucía, quien después de un altivo tercer lugar en la primera vuelta, acompañó a Oscar Iván Zuluaga, como jefe de debate. Sin duda, la mayoría de la bancada se decidió por Santos.
Están aún frescas las elecciones de 2018: Iván Duque, luego de ganarse la candidatura del Centro Democrático, tuvo que competir con Marta Lucía Ramírez, respaldada por el expresidente Pastrana en nombre del Partido Conservador. Y también ganó esa consulta. La vicepresidencia de Marta Lucía es testimonio del aporte conservador.
La valoración de la gestión de los Ministros y Altos funcionarios conservadores les corresponde a los Presidentes en cuyos mandatos han servido a la Nación. Yo les pondría alta calificación. Ahora bien, no todo es color de rosa. El posibilismo opaca el talante combativo propio de los grandes dirigentes. Eso explica que no apareciera un primus inter pares, que tanto le está haciendo falta a la colectividad azul. Son muchas las críticas y muchas las controversias. Yo particularmente he participado en algunas, pero en el balance prima la actitud de los congresistas conservadores quienes con inteligencia y garra han logrado mantener la vigencia decisiva del Partido Conservador en la política colombiana.