De objetos a sujetos | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Septiembre de 2024

En pleno siglo XXI, la cosificación de la mujer sigue vigente. Si bien hay avances, algunos se dicen defensores de los derechos de la mujer, pero en la cotidianidad se comportan de una manera distinta. 

En diversos escenarios, la representación de la mujer está marcada por dinámicas de cosificación, en las que su valor se reduce a su apariencia física y a cumplir con expectativas culturales, sociales o económicas.

La cosificación implica tratar a una persona como un objeto, despojándola de su individualidad, autonomía, humanidad y dignidad. En el caso de las mujeres, esta práctica se encuentra arraigada en estructuras sociales, culturales y económicas.

Desde películas, series, videos, publicidad, redes sociales hasta alocuciones presidenciales al llamar a periodistas muñecas de la mafia”, se reduce a la mujer a un objeto visual de consumo.

Su apariencia se convierte en el atributo más importante, dejando de lado su intelecto, capacidades o emociones. La mujer, en este contexto, deja de ser un sujeto autónomo de derechos, con poder de agencia y se es transformada a ser solo un cuerpo, se denigra de su valor intelectual e integral o se minimiza su capacidad de opinión, de realizarse, o sus emociones y sentimientos.

El mensaje subyacente es que la mujer es un medio para un fin: un recurso utilizado para atraer la atención. Esta narrativa no solo refuerza estereotipos dañinos, sino que también afecta la autoestima y la percepción que las mujeres tienen de sí mismas y de su valor.

Adicionalmente, este mensaje nocivo, no solo perjudica a las mujeres, sino que contribuye a un entorno social en el que la igualdad y la equidad es más difícil de alcanzar. Más, cuando quien cosifica es alguien de representatividad como Petro. Su tratamiento no es casual, ni inocente; refleja su historia y comportamiento de subordinación femenina. Su mensaje, refuerza su propio concepto de que las mujeres existen para complacer o para ser usadas y juzgadas, en lugar de ser vistas como personas plenas, con aspiraciones, deseos y derechos propios.

Es claro que los adultos tienen un papel crucial en cambiar estas dinámicas. Somos los adultos, quienes debemos fomentar una cultura de respeto, en la que se valore a las personas por su carácter y sus capacidades. Al mismo tiempo, de transformar la cultura y el comportamiento y criticar abiertamente la representación cosificada de las mujeres.

El cambio comienza con la conciencia. Necesitamos cuestionar las imágenes que consumimos y los mensajes que transmitimos. ¿Qué valoramos realmente en las mujeres? ¿Es su capacidad para pensar, actuar y contribuir a la sociedad?

Si queremos un mundo más justo debemos empezar por reconocer y erradicar las prácticas que deshumanizan a la mitad de la población, comenzando por los ejemplos que damos a nuestros hijos y los contenidos que consumimos.

El cambio hacia una sociedad sin cosificación empieza en casa, en la manera en que tratamos y valoramos a los miembros de nuestra familia. Solo así podemos crear una cultura en la que las mujeres sean vistas y tratadas como personas completas, dignas de respeto y admiración.

No he sido feminista, pero si defensora de los derechos humanos de quienes los han visto vulnerados. Y me llama la atención que quienes se dicen feministas, han aprobado el desastroso ejemplo que está dando Petro en su comportamiento hacia la mujer.

Romper con el ciclo de la cosificación hacia las mujeres no es una tarea fácil, pero es una responsabilidad que debe asumirse con contundencia, valores, principios, respeto y buen ejemplo, más en el caso de los líderes.