Partidos y movimientos políticos son definitivos para consolidar democracias y lograr que se edifiquen sobre una institucionalidad sólida. Son vehículos legítimos para que la ciudadanía pueda intervenir en la dirección del Estado. Se diferencian de la sociedad civil organizada. Su comprensión de los problemas es universal y no segmentado como la los sindicatos, agremiaciones empresariales, grupos de presión, y organizaciones no gubernamentales.
Los partidos de hoy deben tener ejes programáticos fruto de postulados ideológicos modernos, acordes con la agenda nacional, pero también de la internacional, sobre todo porque las naciones están cada vez más interconectadas y porque son muchos los aspectos sujetos a directrices y discusiones que se ventilan en el seno de los organismos multilaterales. Pretender que partidos y movimientos sigan estructurándose sobre disquisiciones importantísimas pero desuetas es un error que genera alto costo para la democracia y la ciudadanía.
Ahora que la Constitución cumple 30 años y que uno de los propósitos que animó su expedición fue la ampliación de la democracia a partir de la posibilidad de fundar, organizar y desarrollar partidos y movimientos que permitieran airear el sistema político colombiano, debe evaluarse si en estas tres décadas, con la proliferación de esas organizaciones, con lo que al interior de ellas se ha generado y con el ejercicio de la política, se han logrado los propósitos constitucionales y los anhelos una generación.
Ciertamente debe existir una responsabilidad de esas agrupaciones formales cuando presentan ideas y programas que dan cuenta de cómo, bajo los principios doctrinales adoptados, diseñarán planes de gobierno, y propuestas de política pública.
No actuar de esta manera conduce a una atomización de grupos haciendo politiquería más que política en sentido noble y altruista, compuestos por personas con más o menos liderazgo, desperdigando afirmaciones deshilvanadas y enfrascándose en debates, muchas veces sórdidos y de poca altura intelectual y ética, que terminan en los despachos judiciales por fundamentarse en afirmaciones soeces, groseras e irrespetuosas y pocas veces en ideas sobre temas relevantes de la vida nacional; a lo que contribuyen es al mayor desprestigio -si ello es posible- de la acción política y dejan el camino libre para que inescrupulosos, que buscan su propio interés, sean los que ocupen ese lugar abandonado, descuidado, pero necesario para toda sociedad.
Evidentemente, partidos y movimientos buscan la conquista del poder, no como fin en sí mismo para beneficiar a sus dirigentes y miembros, sino como medio para traducir propuestas ideológicas en actos de gobierno y en políticas públicas que den respuesta al interés colectivo.
Como estructuras permanentes, tienen la hermosa tarea de invitar, preparar y capacitar a cuadros, simpatizantes y militantes. No están diseñadas para ser integradas por quienes en un momento determinado se “aburren” en otra agrupación y se sienten con el derecho de saltar a otra orilla para ahí sí, acomodarse a una nueva búsqueda del poder.
Vale la pena pensar y rediseñar esos partidos y movimientos. Hacerlo garantiza que sus integrantes se reúnen en torno a una doctrina, a una manera de entender la política, la economía y la sociedad y por ende a un modelo de desarrollo. De estas organizaciones deben surgir los candidatos. Sólo así será posible salir del subdesarrollo político, fortalecer la institucionalidad básica de la democracia y rescatar el ejercicio de la política y el valor de lo público, que deben ser sagrados.
Por @cdangond